Teniente José María Hernández
Vivas
Policía, Prócer y Héroe desconocido en Colombia
José María Hernández nació en la
vereda Guachá Municipio de Pupiales, Departamento de Nariño, el 19 de enero de
1892, fueron sus padres don Víctor Hernández y doña Rosario Vivas. Abuelos
paternos don José María Hernández y doña Rosalía Rosero; maternos, don Javier
vivas y doña Emperatriz Quiroz. Tuvo siete hermanos, entre ellos Fray Mateo de
Pupiales, capuchino, ordenado en Barcelona España y Sor María Ezequiela,
franciscana, profesora del colegio de Almaguer. Recibió nociones elementales de
instrucción en la escuela rural de Tatambud. Luego los cumplió en el colegio de
los hermanos maristas de Pupiales, se distinguió por su capacidad mental y su
amor al estudio, pero pronto tuvo que abandonarlo y dedicarse a labores del
campo.
Fotografía tomada de http://josemariahernandezvivas.blogspot.com/ |
En 1930 fue incorporado en Puerto
Asís a la sección de policía de la intendencia del Amazonas y destinado como
agente al corregimiento de Santa Clara, a órdenes del corregidor Mayor Luis F
Luna. Con este coopero patrióticamente a las instalaciones de Tarapacá,
después de un año de servicio decidió establecerse por su cuenta en pequeños
negocios de agricultura, ganadería, y regateo de víveres y mercancías.
José María Hernández en el
litigio peruano
En los anales de la Cámara de Representantes
se lee la siguiente información:
“Producido el asalto de Leticia
el primero de septiembre de 1932, y un mes después de la ocupación de Tarapacá
por los peruanos, el corregidor, su secretario y los demás colombianos
allí residentes, se refugiaron en territorio brasileño, logrando sacar los
archivos y armas del corregimiento, Hernández fue el último en salir, y se
situó en Ipiranga, puerto cercano, sobre la misma orilla derecha del
Putumayo.
Se supo que el 1 de septiembre de
1932, se encontró en Leticia y tuvo que refugiarse en Brasil. Cuando las fuerzas
colombianas llegaron a la frontera pletóricas de fervor patrio, fue el primero
en ofrecerse voluntariamente, con la convicción de que sería útil a sus
servicios a la causa sagrada de la patria, toda vez que él era conocedor de
esas regiones.
Cuando en febrero de 1933, la
expedición del General Alfredo Vásquez Cobo llegó a Tonantina, Hernández se
presentó al general Efraín Rojas, y fue destinado por éste como ayudante de los
que conducían el vapor Nariño. Tanto este barco como en el crucero Boyacá
y en el cañonero Barranquilla, presto la más eficaz colaboración, por su
conocimiento del río, de los sitios y de la gente de aquella región. Quienes
fueron entonces sus compañeros de armas, entre ellos el ex intendente del
amazonas, señor Alfredo Villamil Fajardo, quien lo conocía bien, y destacaba su
servicio hacia la patria.
El señor Villamil Fajardo lo
había conocido en Leticia en noviembre de 1931. Hernández establecido en
Tarapacá, había viajado a la capital de la intendencia para liquidar algunas
cuentas y recibir un saldo del sueldo de policía le tenía encargado. El señor
Villamil fajardo lo describió así: “blanco de estatura más que mediana,
fornido, de aproximadamente cuarenta años de aspecto sencillo y taciturno, de
poco hablar y con voluntad firme”. Hernández radicado definitivamente en
Tarapacá, pues ya tenía sementeras y pastos donde mantenía algunas reses de su
propiedad, compradas con lo que había ahorrado de sus sueldos.
En Tarapacá no se supo del asalto
a Leticia sino el 20 de septiembre por unos cholos de los alrededores del
Amacayacu, que huyeron al Cotuhé por un varadero que sale arriba de Tarapacá.
El 18 de septiembre sin noticia
todavía de lo ocurrido, Hernández escribió al intendente Villamil Fajardo
para solicitar de nuevo puesto en la policía de la intendencia. Y decía su
carta: “me veo obligado a abandonar el comercio, por no dar resultado alguno”
agregaba” le suplico me dé un puesto en la policía, ya sea para prestar
servicio en este corregimiento o donde usted lo estime conveniente darme de
alta, que seré estricto en el cumplimiento de mi deber”. Terminaba con esta
información _. En la actualidad estoy levantando la casa de 18 metros de largo
por 7.5 de ancho; esta empajada y se está arreglando el piso; además estoy
abriendo más montaña para agrandar el potrero, con el fin de traer unas cuatro
cabezas de ganado más. Es cuanto tengo.
De Ipiranga volvió a escribir al
señor Villamil Fajardo, a la esperanza, el 25 de octubre de 1932, para darle
valiosos informes y para expresarle su aireada inconformidad con lo que estaba
sucediendo.
La letra era clara y firme, la
ortografía muy deficiente, la frase rotunda, el espíritu altísimo. Esta última
carta, lo pinta de cuerpo entero. Decía: “Aprovecho la ocasión para contarle
como verdadero hijo de Colombia, la pésima situación en la que nos encontramos
por el abuso que el Perú ha cometido queriéndose llevar nuestro pedazo de
tierra que con tanto sacrificio habíamos recuperado. Nosotros salimos el 30 de
septiembre, día en que pasaron cuatro embarcaciones peruanas, después de cuatro
días que subió la América. Nos vimos obligados a abandonar el lugar al ver que
el señor corregidor y secretario eran los primeros que bajaban. A mí me tocó
estar hasta el 6 de octubre, bajando lo que pudiera de mi ganado. Casi perdí
todo, y lo demás quedo botado, perdiendo mi tiempo, plata, etc.
Hasta la actualidad no estaba
ocupada Tarapacá. Sabemos por un conocido que bajo de la esperanza, que en el Yaguas hay 30 hombre armados con un cañón y
una ametralladora, y que el Capitán que subió en la Libertad iba dejando la
orden que ha todo colombiano que encontraran en el Putumayo lo pongan preso, y
Rengifo le dijo que mejor sería matar de una vez, y le contesto que todavía no
había orden. Los barcos mercantes están en el algodón, es cuanto le puedo
informar.
“En este lugar estamos todos
esperando el momento oportuno para ingresar a nuestras filas en defensa de
nuestra Patria. Ojalá se digne darnos algún aviso por donde podamos ser más
útiles, porque usted sabe lo que es el Brasil; no se puede ganar ni para la
subsistencia. No por mí, pero los demás compañeros no tienen nada; si ha de
haber guerra que sea pronta. Queremos vengarnos el ultraje que nos están
haciendo: tener patria y hoy encontrarnos en patria ajena. Pero habrá un día
que siquiera tengamos libres las aguas del Putumayo, para regresar, aunque sea
en la última miseria, pero con la satisfacción que hemos cumplido un deber de colombianos” .
El Cacique Hilario y el indio
Santiago traicionen a Hernández.
Recuperada Tarapacá por Colombia Hernández
recibió del alto comando, en compañía de otro colombiano llamado Francisco
Vargas la delicada comisión de subir el rio Cotuhé hasta Buenos Aires, con el
objeto de ponerse al habla con el cacique Hilario Sánchez y determinar con él
la situación de las tropas peruanas derrotadas en Tarapacá, de las lanchas
Libertad y Estefita y de los aviones que constantemente amagaban por ese lado,
etc.
SACRIFICIO DE JOSE MARIA
HERNANDEZ
Hernández y Vargas lograron
llegar hasta la tribu del indio Hilario Sánchez y pasaron un día y una
noche, pero el indio los traiciono, llamo a las fuerzas peruanas y los hizo
capturar. Fueron conducidos inmediatamente a Leticia, allí después de una
semana de prisión, Vargas pudo fugarse y pasar a Tabatinga; Hernández fue
llevado a Iquitos, allí lo esperan los interrogatorios, las torturas y
finalmente la farsa de un consejo de guerra. Y se le condenó a muerte por
el delito de espionaje, que en las condiciones de Hernández no podía ser
delito. Sin embargo, los miembros del concejo, intelectuales
descendientes de los pacificadores españoles consideraron darle un escarmiento.
Y con toda la frialdad lo llevaron al cadalzo donde Hernández se le
encaro al pelotón de fusilamiento. “Yo no me dejo vendar”, exclamo. Quiero ver
al asesino frente a frente, reflejaba su serenidad. Tampoco quiso sentarse, de
pie casi sonriendo esperaba la descarga.
En el momento de disparar los
soldados, los detuvo con un ademan levanto la mano para imponer silencio y
grito “Mi muerte le conviene a mi patria, Colombia sabrá vengarme”.
La escolta disparo, y el Héroe paso al sitio donde comienza la historia. Ese
hombre era un colombiano y murió como un colombiano, nos dijo el doctor vigil
quien nos contó además como había impresionado ese valor y esa injusticia a los
espectadores de Iquitos.
No se le probó que Hernández el cargo
de Espionaje, pero aunque se le hubiere probado, no merecía la muerte, porque
en la guerra civilizada, tan tremenda pena sólo se le aplica al traidor. Hernández
no estaba siquiera averiguando secretos enemigos, sino estableciendo comunicaciones.
Su fusilamiento fue un asesinato que mancha a sus victimarios y deja una
aureola inextinguible en torno a la cabeza de este héroe.
No olvidemos su nombre ni su
acción. Quien muere con la certidumbre de prestarle un servicio a la Patria,
merece el recuerdo agradecido de las generaciones. así lo reconocen los
peruanos, entre los cuales hay muchos que quisieran borrar de sus anales
históricos ese crimen horrendo.
Al expedirse la Ley 15 de 1940, el gobierno colombiano ordenó la repatriación de los restos de José María Hernández, que hoy reposan en el Cementerio Central de Bogotá en Mausoleo especial.
El 5 de diciembre de 1940
llegaron a Bogotá los restos de José María Hernández. La capital le rindió a
los despojos del héroe un homenaje emocionado, en reconocimiento del sacrificio
que hizo de su vida en aras del amor patrio.
El presidente de la República doctor Eduardo
Santos y su esposa Doña Lorencita Villegas de Santos asistieron a sus exequias
que se realizaron poco después de las doce del medio día en el Cementerio
Central donde los restos mortales de José María Hernández fueron depositados en
una tumba situada a la izquierda de la capilla del cementerio. Allí se levantó
posteriormente un monumento con una placa conmemorativa que
dice: “Colombia a José María Hernández, mártir de la Patria" .
Fotografías de la tumba de nuestro mártir.
A este prócer de la Policía Nacional de Colombia, paz
en su tumba.Fuente: historia tomada de la revista de la Policía Nacional de Colombia.