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miércoles, 17 de julio de 2013

Fundador de la Policía Nacional de Colombia - Juan María Marcelino Gilibert




En la historia de la Policía Nacional de Colombia, Juan María Marcelino Gilibert Laforgue, ocupará siempre un lugar preferente y se delineará con caracteres sobresalientes, en sus paginas de honor. Consagró sus mejores ideales al servicio de la Institución, hoy orgullo de sus iniciadores y modelo de las organizaciones democráticas. Al evocar su nombre todos los que han permanecido y formamos parte de ella, le rendimos el más sentido tributo de admiración y gratitud a quien con justísimos títulos es acreedor el fundador insigne.

Por lo tanto, esta reseña va a la memoria y gloria póstuma del señor JUAN MARIA MARCELINO GILIBERT LAFORGUE.  

La seguridad  antes de la llegada de Juan María Marcelino Gilibert.
A principios de 1800, la policía, como creación política, aun no existía. Desde los primeros momentos de la Independencia, había tratado de establecerse porque nuestros precursores comprendieron que el pueblo tendría que repartirse en paz el deslumbrante botín de la guerra, que era la libertad. Dijeron, por eso, aún antes de darnos  la primera Constitución: El primer deber del gobierno, así como la primera ley de la República, es velar por la quietud y seguridad de la nación”.
Cómo actualizar ese anhelo, cómo localizarlo? Aquí la Policía. La Policía que vela, que “invigila”, como decían nuestros abuelos. Esa frase  que acabamos de ver, ese “primer deber del gobierno, que es velar por la quietud de la nación” estaba trazando la  primera institución policiaca. Y, por cierto con palabras hermosas, en un lenguaje ingenuo y transparente por aquellos hombres que más de una vez tuvieron en sus manos  la justicia, como una fuente, en toda su pureza original.
Por lo tanto cuando en la constitución se habló: “el primer deber del gobierno es velar por la quietud d e la nación” . Este deber no podía ser cumplido sino por medio de una institución de Policía. No por medio del Ejército, claro que no, porque sus hombres andaban en ese entonces en el Sur, en Bolivia y en el Perú, entregados a su magnifica obsesión. No por medio del Ejército porque  su  fuerza era de destrucción y de violencia, sus músculos estaban preparados para corres tras los caballos y no para medir lentamente las ciudades, velando por esa quietud que el gobierno quería garantizar.
Y, en efecto, en 1821 y en 1825 dos leyes encargaron a las ciudades el servicio de Policía bajo el control reglamentario de los Jefes departamentales. Y en 1827 un decreto del libertador Simón Bolívar  dijo que “los jefes de Policía deben cuidar de la seguridad pública, del honor, de la vida y de los bienes de los ciudadanos” . Estas eran las palabras que guardaban, casi deshechas, aquellos famosos “serenos”  que saludaron al comisario Gilibert. En 1891.
¡Cuanta pólvora había caído sobre ellas! ¡Cuántas veces se había negado el anhelo de quietud  que significaban! todos los colombianos lo sabemos. Se dictaron, es cierto, leyes de Policía, después de 1827. admirablemente  presentadas unas, como la de Herrán en el año de 1841. incompletas, las otras. Todas, absolutamente todas, impracticables. Impracticables, porque hablaban de paz, porque ensayaban tutelar las ciudades,  y las ciudades, -sus  hombres, sus mujeres, sus niños –dependían del giro imprevisible de las revoluciones.

La Policía necesitaba paz, paz suficiente, para extender en silencio sus raíces. Y en aquella época, no ésta solamente, sino todas las instituciones, todas las gestaciones administrativas se detenían, de pronto, en su proceso, ante el brillo de las armas facciosas.

Durante las guerras, el Ejército desvirtuaba a la Policía, porque la labor de ésta es íntima, pacífica. Durante la paz, entendiendo por paz aquel período de ansiedad durante el cual se fraguaba la próxima conspiración, eran los gobernantes quienes adulteraban su fundamento tutelar. Porque temerosos como estaban, como tenían que estar, hacían de ella una fuerza de choque, amontonada alrededor de las personas del gobierno  y no disuelta en los mercados y plazas.
Esto entendimos por Policía cuando Juan María Marcelino Gilibert vino a Colombia. Debió temer mucho, al principio ante las cosas que se le  refirieron. Pero el gobierno le dijo que era estable, que se estaba intentando  una gran reforma administrativa y, en fin, que se le encomendaba, sin condición alguna, la organización de la Policía.
Se entregó, entonces, Gilibert a ese empeño, sin escepticismo, sin reservas, con toda la energía silenciosa que los momentos de  creación requieren.
Y comenzó por decir una cosa, por exhibirla, por defenderla, por sembrarla con obsesión entre nosotros: “La Policía nada tenía que ver con la política”. No se le hablara más de esas guerras pasadas, para él identificables. No se disculpara la Policía diciendo  que había tenido que defender a sus gobiernos, a sus gobiernos solamente, y que con ello había caído  o había recibido un abrazo sectario. No. Los hombres del gobierno eran sólo accidentes  y la Policía había de obrar sobre un elemento constante y común a todos los asociados; su fuerza tenía que equidistar de liberales y conservadores, de históricos y nacionalistas porque ni uno ni otros  recordaba su color político en el momento de defender sus personas y sus propiedades y, ahora, cuando la Policía se iba a encargar de esta defensa, tendría que hacerlo en forma desprevenida y elemental.
Además, continuaba Gilibert, los gobiernos no podrían pedir a la Policía que fuera violenta; la fuerza no era su escancia sino atributo ocasional de ella. La vigilancia se presta con los ojos. Las armas sólo podría desenfundarse en caso de legítima defensa y los guardianes  del orden  tendrían que sentir pena al verse precisados a usarlas contra los ciudadanos.
Estas palabras, pronunciadas con acento extranjero, presentadas en nombre de la cultura, venidas de un pueblo distante que había sufrido como ninguno el desorden y el odio, cayeron sobre nuestra tierra  como un agua  limpia,. Y fueron aceptadas. Gilibert, entonces, seguro de haber ganado este primer debate contra la violencia- es decir contra la política y el Ejército-, convencido de que tenía en sus manos una materia purificada, habló, con alegría, de construir con ella una Policía técnica, especializada, y  que con el tiempo fuera una de las profesiones más estables.

Criminalidad antes de la fundación de la Policía Nacional por parte de Juan María Marcelino Gilibert Laforgue

Durante el periodo comprendido entre los años 1880 y 1885, literalmente, los rateros se habían apoderado de la ciudad capital, no la rebajaban y ni a Cristo. Eran el azote de las Iglesias en especial la de Santo Domingo donde se robaron en menos de ochos días dos crucifijos. El capellán de la mencionada iglesia renunció, porque el último Cristo se lo quitaron casi de entre las manos, cuando iba a empezar la misa… Los objetos robados se hallaron en San Victorino en la tienda del usurero José Tomas Contador, con otros elementos hurtados a otras personas.

Proliferaban las hojas que contenían prevenciones, telegramas, instrucciones, decretos, etc., dinero, que en vez de haberse gastado en todo ese papel, preferiblemente lo hubiesen hecho en la elección de buenos Agentes y pagarles bien.

Aunado a los malos sueldos y falta de selección de los Agentes de Policía se sumaba, la alarmante oscuridad de la ciudad, a causa de la supresión de luces, porque algunos interesados no pagaban el impuesto destinado a la vigilancia y éstos no pagaban porque los vigilantes no prestaban un buen servicio.

Los serenos se habían convertido en cuerpo político, por lo tanto los comerciantes dejaron de pagar sus contribuciones hasta tanto no se le hiciera una renovación completa al personal de serenos, la sociedad quería evitar que el personal expresado en el cuerpo que, hasta esa fecha había sido no tanto corrupto, entrara a la arena política y de esta manera se amenazara el sufragio y posteriormente la propiedad.

Este era el color de la situación de la ciudad de Bogotá durante los referidos años, y con respecto a los delitos y contravenciones que eran el pan nuestro de cada día de la “crónica roja” y de los años 70 se podría transcribir aquí literalmente para los 80 sin incurrir en anacronismos o falsificación de documentos.

Ejército Municipal y Celadores Nacionales.

Al desorden civil citado anteriormente, se agregaba la confusión de jurisdicciones. Ejército vs. Policía, estado vs. Municipio, Seguridad vs, Moral vs. Aseo: el Decreto Federal No. 99 de 1880 “mandando desacuartelar la fuerza pública y creando un cuerpo de Policía del estado” hacía coexistir dos secciones una civil y otra militar, ambas bajo el mando de un Prefecto General  de la Policía, sin perjuicio de que la sección militar pudiese “organizar un estado mayor cuando lo considere conveniente”.

La dualidad aumentó cuando fue ejecutado por el Decreto Estatal No. 246 y la Ley Nacional No. 56, ambos de 1881: estas dejaban, dentro de la ciudad, tres inspecciones estatales al lado de las tres municipales ya existentes y creaban, además, una sección de “vigilancia y aseo” y otra de “celadores de las vías públicas” repartidas en cada uno de los cuatro barrios tradicionales, usando el mismo uniforme de los Gendarmes. Pero además, conservaban la jurisdicciones del Alcalde e inspectores distritales y sometían, a la autoridad del Gobernador y Alcalde, el Cuerpo de Serenos de la Junta de Comercio.
fotofrafia tomada de https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_Bogot%C3%A1

La situación de los años 1880 no fue de una guerra, y los reglamentos expedidos eran ante todo una normalización minuciosa y cotidiana de los altos fines moralizantes que perseguían la regeneración. “Basta ver las funciones asignadas a militares, a civiles, vigilancia y aseo generales, conservación de vías urbanas y, especialmente, tutela de la moral pública. Además, estos servicios serían prestados dentro de una jerarquía que llevaba la antigua denominación policiaca: un prefecto general, de quien dependerían inspectores y gendarmes. A pesar de ello, dentro de la jerarquía, se intercalaron oficiales, suboficiales y soldados. El Ejército se acomodaba de esta manera en un sitio de la administración que no le correspondía y se le daba fuerza legal a la injerencia que durante 60 años había tenido esa mescolanza, y al autorizar el Ejecutivo para crear, organizar y reglamentar un cuerpo de policía destinado a la capital de la República, debía tomar  el número de individuos de este cuerpo, de los cuatro mil (4.000) hombres que determina el artículo 1º. De la presente ley para formar el Ejército”.



Fotografia tomada de
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/mayo2004/guerra.htm


























Parece ser que tal cuerpo nunca se creó y son los Alcaldes, el General Zenón Figueredo, Manuel Solanilla y don Higinio Cualla, quienes, entre 1883 y 1886, tendrían la responsabilidad de dosificar las medidas de este coctel. Don Cenón, en abril de 1883, se felicitaba por el éxito de los seis inspectores distritales, “gracias a quienes han construido miles de metros de embalsados” pero se lamentaba de que se viera entorpecidos en tan loable tarea por “ trabajos de otro orden, provenientes de la comisión de delitos que aumenta en proporción alarmante, y que casi no les dan tiempo suficiente para mantener debidamente el aseo y ornato… pero la situación de alarma que vivió el país desde ese mes hizo cambiar las preocupaciones, pues por Decreto 48 del 19 de abril se organizó un cuerpo de policía del distrito compuesto por 55 gendarmes y una compañía de 71 zapadores, de cargo del presupuesto de la ciudad, en que ganaban los civiles 60 centavos diarios, y los militares 40 centavos.
La situación empeoró, pues al mes siguiente se aumentó “el cuerpo de zapadores del distrito hasta 400 individuos organizados militarmente”, pagados por la policía. Pero el gasto era demasiado y para final del año el General Figueredo, se quejaba de cómo era posible  en una población de 100.000 almas, atender al servicio local con 25 hombres mal remunerados. Pues aunque en el presupuesto del Departamento de Policía de Seguridad figuran 50 gendarmes, 25 de éstos destinados al ramo de agua, a las recaudaciones del distrito, a Chapinero, Plaza de Mercado etc., y no puede distraérsele del servicio a que están nombrados… Calculaba Cenón que la ciudad necesitaba por lo menos “300 gendarmes bien pagados, decentemente vestidos e instruidos”.  


Esto es, que la dispersión del oficio de policía no solo provenía de su confusión con los soldados, sino también de la diversidad de sus propias actividades: un inspector de policía, según don Figueredo, se debía dedicar, por la mañana, entre  las siete y las ocho de la mañana, a distribuir los carros del aseo, luego notificar personalmente a los vecinos de las obligaciones de embaldosar y tapar los caños, so pena de multa; entre las once de la mañana y las cuatro de la tarde, debía dedicarse a evacuar los sumarios o procedimientos de policía, hacer los juicios verbales y dictar las sentencias por delitos menores y contravenciones; entre las cinco y seis de la tarde debía rondar el barrio, cerciorándose de que sus providencias se hubieran cumplido y al mismo tiempo vigilar a los zapadores, o sacar de las casas a os enfermos que se escondían en tiempo de epidemia.
Entre siete y ocho de la noche, pasar lista a los gendarmes y darles instrucción militar; y de las ocho en adelante, hasta las doce, a patrullar el barrio para hacer cerrar las chicherías y botillerías, e impedir todo desorden o delito que intentase cometerse.
Pero. además, el policía no había logrado desembarazarse del todo de otras funciones heredadas de la Colonia y era, encargarse de la recaudación de ciertos impuestos distritales, de cobrar  ciertos peajes o multas por aseo, y, en especial, cobrar a los vivanderos las cuotas por los puestos de la plaza de mercado, lo que hacía con tal acuciosidad que hubo días en que pasaban a recogerlo hasta dos y tres veces. Con tantas responsabilidades fiscales, militares e higiénicas, los buenos salarios y su adiestramiento en modales de salón, podemos entender el gran aprecio que el pueblo bogotano no vacilaba en expresar, agudamente, a los policías cada vez que podía.

Prohibir que (los artesanos) hagan fogatas en las calles; cuidar que en las fuentes públicas no ocurran los frecuentes escándalos y desordenes y como adehala obvia, el prohibir todo desorden o delito, y todo ello por los mismos 60 centavos ($18.00 al mes) de 1881.
Tocó más fondo aún la precariedad del oficio policial antes de la caída del régimen federalista, cuando en 1885, al elevar a Chapinero de caserío a barrio, se aprovechó para crear dos nuevas inspecciones en San Diego y Las Cruces con un secretario pero sin gendarmes y, por otra parte, cuando se dieron atribuciones policiales a algunos empleados particulares ante los problemas surgidos entre la empresa  del tranvía y el pueblo bogotano., este último optó, como de costumbre, por el sabotaje civil y empezaron a romper con cuchillos los forros y maderos de los coches, hasta el día en que algún inconforme se le resbaló la mano y rompió el cuero de la mula que tiraba el carro, haciéndole un rayoncito desde la cola hasta el crin. Inmediatamente el Alcalde Cualla, exasperado, nombró celadores de policía a los conductores del tranvía, quienes podían arrestar a los borrachos, peleadores, escandalosos y groseros y debían detener los carros al frente del Panóptico para poner a los culpables a disposición del Alcalde. 



El cambio político de 1886 empeoró las cosas: el cuerpo estatal  creado en 1880 fue, desde entonces, departamental, pero en julio de 1887 el Gobierno le retiró el auxilio presupuestal. Así, quedó reducido a 50 agentes. Se dispuso que fuera el Ejército quien hiciera las patrullas nocturnas de la ciudad, al suspender las que desde hacia un año salían con toda puntualidad de la policía departamental, para evitar los conflictos que podrían sobrevenir entre las dos instituciones. 


Para este mismo año, informa el Gobernador Córdoba, ya no quedaba de propiedad del Municipio ni local para el cuartel del cuerpo de policía, ni para oficinas de las inspecciones de los barrios. Así llegamos a los años 1888 y 1890, cuando arranca el mayor intento de reorganización policial y urbana de Bogotá en el siglo XIX,  mediante la expedición de la Ley 90 del 7 de noviembre de 1888.
Carlos Holguín y la Policía
Encargado de la presidencia de la República, Carlos Holguín (<hombre superior y de alto prestigio moral>) sanciono la Ley 90 del 7 de noviembre de 1888, por  medio de la cual se creó un cuerpo de carácter policial, con la denominación de Gendarmería, destinada, según su articulo 1º, para<prestar los servicios de alta Policía Nacional y a desempeñar las comisiones que en asuntos nacionales tenga a bien confiarle el Gobierno>. Sin embargo, tal vez por el carácter semi-militar que se asigno a la Institución, esta ley no tuvo vigencia.

Biografía del Comisario de Policía Juan María Marcelino Gilibert
Para conocer mejor a nuestro insigne personaje, traigamos a la memoria sus orígenes. Fue su padre don Juan Gilibert, nacido el 1º de junio de 1809 en Fustignac, ciudad asentada al sur de Francia, en el departamento de “El Alto Garona”, con habitantes en su mayoría dedicados a las faenas del campo, descollando el cultivo de extensos viñedos.
En esta pequeña ciudad, de profunda raigambres católicas, se mantuvo la cuna de sus seis hijos, concebidos con su esposa doña Guillermina Laforgue, quien había visto la luz primera el  31 de marzo de 1807. con el nombre de Luisa fue bautizada la hija mayor, nacida el 6 de junio de 1837, posteriormente contrajo nupcias con su primo paterno Marcelino Gilibert, no tuvieron descendencia. Juan María Marcelino, nuestro protagonista, segundo hijo, llegó al mundo el 24 de febrero de 1839.

El tercer  lo ocupó Juana el 13 de junio de 1841. Con su nacimiento el 16 de octubre de 1843, María Francisca, fue la cuarta . Como no hay quinto malo, José Celestino, alegró el hogar el 18 de septiembre de 1845. en el año de 1852, cerró el listado filial Luis Marcelino, quien largo tiempo después viajó a los Estados Unidos, consiguiendo trabajo en las plantaciones de algodón, cercanas a la ciudad de Nueva Orleans, donde se unió en matrimonio con una norteamericana, cuyo nombre desapareció en las paginas del olvido.

El 20 de noviembre de 1880, siendo ya comisario de Policía, Juan María Marcelino Gilibert Laforgue, recibió la bendición nupcial con la institutriz Paulina Duchein. Ella había nacido el 21 de marzo de 1852 en la ciudad de Pointis Inard, situada en las inmediaciones de Fusctignac. El único fruto del amor de esta unión sacramental estuvo personificado en Luis Juan Pablo Marcelino quien fue el padre del señor General  Luis Ernesto Gilibert Vargas, quien fue Director de la Policía del 13 de junio de 2000 al  13 agosto de 2002.


Juan María Marcelino Gilibert, adelantó los estudios de primaria en Fustignac y la secundaria en la ciudad de Tolosa, en cuyas aulas universitarias de la facultad de leyes, estuvo absorbiendo los conocimientos de los primeros años de derecho, a partir de 1852. aprovechando la cercanía con la añeja Iberia se interesó por la lengua española y en poco tiempo la dominó. Esta circunstancia, sumada a las demás capacidades y al bagaje de conocimientos y méritos se constituyó en una de las principales, entre las decisivas, para asignarle a nuestro comisario, la importante misión en la lejana Bogotá.
El propio Gilibert, interrumpió los estudios universitarios, que en sus ideales en un futuro, lo habrían podido diplomar como abogado, ante el llamado de la Patria, la cual para él primaba por encima de cualquier otra aspiración 

Nota: Un aspecto importante a resaltar  de Juan María Marcelino Gilibert y que permitió ser seleccionado para dirigir la fundación de la Policía Nacional fue el dominio del idioma Español, debido a que en Fustignac por la cercanía con la añeja Iberia le permitió aprender  la lengua española y en poco tiempo la dominó.

Así, a los 26 años de edad, el 13 de agosto de 1865, inició su carrera militar en África, en el regimiento 34 de línea 13, para más tarde ingresar al tercer regimiento de tiradores argelinos, en la ciudad de Constantina. En escala ascendente recibió los siguientes grados militares: cabo el 19 de febrero de 1868,; sargento el 2 de enero de 1869 y sargento mayor el primero de julio de 1871.



 
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En el año de 1870, las tonalidades de los clarines militares invadieron nuevamente a los aires de Francia por todo su entorno, llamando a sus hijos  a aprestarse para defender los derechos nacionales, conculcados por el agresor extranjero. La guerra Franco-prusiana había iniciado y el sargento Gilibert estuvo entre los primeros en asumir posiciones de defensa, con sus soldados en las líneas de combate.
Gilibert, sufrió su primera herida y fue hecho prisionero en la avanzada hacia la ciudad alemana fronteriza de Reichshoffen , tras un duro enfrentamiento. Merced a su malicia, a su experiencia, a sus argucias y a la firme convicción de sus principios, una vez recuperado de sus dolencias, logró escapar de sus captores, para volver nuevamente a las filas de su ejército y continuar el combatiendo hasta el final del conflicto.




Por segunda y tercera vez brindó su sangre a Francia, en las batallas de Sedán, el primero de septiembre de 1870 y el  4 de diciembre del mismo año, en la batalla de Orleans.


Nota: La Batalla de Sedán se libró entre el 1 y 2 de septiembre de 1870, durante la Guerra franco-prusiana. El resultado fue la captura del emperador Napoleón III junto con su ejército y decidió en la práctica la guerra en favor de Prusia y sus aliados, si bien la lucha continuó bajo un nuevo gobierno francés repúblicano. La derrota de los franceses en Sedán y la captura de Napoleón III decidieron el resultado final de la guerra a favor de Prusia. Tras la caída del Segundo Imperio, Napoleón III fue liberado de la custodia prusiana para exiliarse en Gran Bretaña, mientras el Ejército del Mosa y el Tercer Ejército Prusiano avanzaban para asediar París, donde Guillermo I, en el Palacio de Versalles, fue proclamado Káiser del nuevo Imperio Alemán.

Nota: la Batalla de Orleans,se llevó a cabo del 3-4 de diciembre de 1870 y fue parte de la campaña del Loira. Los alemanes capturan Orleans, que había sido recuperada por los franceses el 11 de noviembre de 1870 después de la batalla de Coulmiers, y dividió al ejercito francés del Loira en dos.


El valor, arrojo, el comportamiento militar, la conducción y el trato de los soldados a él encomendados, el éxito en las misiones difíciles y de gran peligro, la oportuna aplicación de su experiencia y de sus conocimientos tácticos, le merecieron que en su guerrera se agregaran “La Medalla Colonial”, la de “Honor de Caballero” y la “Medalla Militar. Años más tarde y en la ciudad de Bogotá, el primero de agosto de 1901, el gobierno francés, por intermedio de su embajador, le ratificó el reconocimiento de sus méritos con “La Cruz de la Legión de Honor”.

La Medalla Militar (Médaille militaire en francés) es una condecoración de Francia que fue instituida por primera vez en 1852.
Medalla Militar
El creador de la medalla fue el emperador Napoleón III, quien puede haberse inspirado en una medalla concedida por su padre, Luis Bonaparte, Rey de Holanda. La Medalla Militar es concedida a cualquier oficial sin comisión o personal enlistado que se distinga por actos de valentía en acción contra una fuerza enemiga. Los oficiales comisionados no son aptos. Una característica interesante de la médaille es que también es la concesión suprema por liderazgo, siendo otorgada a generales y almirantes que han sido comandantes en jefe. Esta medalla particular incluso es considerada superior a la gran cruz de la Légion d'honneur. Tras la Primera Guerra Mundial, la Medalla Militar fue también concedida a los heridos en combate.

Medalla “La Legión de Honor”,
La  revolución francesa abolió todos los rangos y privilegios en 1791, tanto civiles como militares. A pesar de esta tabula rasa, cientos de ardientes revolucionarios combatían al otro lado del Rin y en Italia contra los enemigos de la joven República. Les bastaba con dar su vida por sus ideales, sin premio alguno que mediara. El entonces Consul Bonaparte que era de otra opinión, empezó a gestar el germen de la Legión de Honor en una cena con sus hermanos en el castillo Malmaison, entre las partidas de billar que tanto le gustaban. “Es por estas baratijas por las que los soldados luchan y mueren por mí”, esgrimió el general más adelante. El 14 de Floreal, 3 de mayo de 1802, Roederer, su consejero de Estado, dio la lectura que la constituía.
El Consulado instauró las armas de honor para premiar a los soldados por sus actos de valentía en combate. Este sistema de condecoraciones era estrictamente militar, Francia no poseía ningún otro tipo de recompensa. Bonaparte era consciente de la necesidad de reinstaurar las medallas y en 1802 ideó la institución llamada “La Legion de Honor”, que amalgamara a los mejores sujetos de Francia y les uniera por este vínculo.
Napoleón, generoso en las dadivas, concedió más de 2.000 de esta condecoración cuyo nombre se remontaba a la Antigua Roma, la Legió honoratorum conscripta. Los legionarios tenían que jurar fidelidad a la república, a imagen y semejanza de las antiguas ordenes religiosas que se postraban ante el Gran Maestre. Quería así, Napoleón, formar una irreductible guardia que le jurase lealtad hasta las últimas consecuencias.

La Medalla de Colonial, medaille coloniale, está estrechamente ligada con el imperio colonial francés. Fue instituida como premio a los soldados que participaron en las operaciones militares llevadas a cabo por Francia en las colonias y protectorados.
Fue creada el 26 de Julio de 1893 para premiar "los servicios militares en las colonias , como resultado de la participación en operaciones militares, en un país colonia o protectorado “

La medalla es de 30 mm de diámetro fabricada en plata. En el anverso de la misma se encuentra la efigie de la República, con casco y en relieve "República Francesa". En el reverso, un mapa del mundo ocupa el campo central, apoyado sobre un ancla flanqueada por un trofeo de armas. La cinta, en la que las citaciones de campaña se colocan, es a rayas verticales blancas y azules. Su longitud puede variar este 35 a 37 mm.
La medalla es la misma para todas las campañas, lo único que cambian son los pasadores que lleva, que identifican el lugar donde ha servido el soldado.

Licenciado de los tráfagos de la milicia, buscó refugio y descanso de los agotadores trajines de las armas, en la paz y tranquilo amor de su hogar y de su querido terruño, ambos tan añorados por su mente, en las ausencias prolongadas, por entregarse totalmente al servicio y a la defensa de su idolatrada Francia.

La dedicación de Juan María Marcelino Gilibert a atender las obligaciones de su círculo familiar y de su ciudad natal, se desvaneció con el tiempo ante el nuevo llamado de la Patria, que, conocedora de sus capacidades, lo requería para el servicio policial en otras comunidades, necesitadas de sus conocimientos.

Fue así como, envuelto en su prestigio y pertrechado del deseo invencible de dar de sí mismo todo lo posible para mejorar los ambientes, reinantes en las diferentes capas sociales, infectadas muchas de ellas del descontento, de malestares, de malos manejos y alimentadas por doctrinas foráneas de rebeldía y desorden, aceptó sin pensarlo dos veces, asumir el cargo de Comisario Especial de Quinta Clase, en la Policía de su País.

Mencionare, solamente alguna de las principales ciudades, que se disputaron y beneficiaron de sus admirables capacidades de rector de los servicios integrales de Policía, dejando siempre sembrados para muchos años, los recuerdos de sus actuaciones, excelentemente productivas.

En el año de 1878, Brioude y Torre del Pino alternaron su presencia; Mende lo tuvo en 1879; Isoure en1880; en 1881, por dos ocasiones lo albergó Flers, Castres lo disfrutó en 1889 y ya ostentaba los distintivos de Comisario Jefe de Primera Categoría. El máximo grado de la policía francesa de la época, el de comisario excepcional, le fue conferido por el gobierno de su patria, estando ya en Bogotá, al parecer en 1906, al cumplir quince años de permanencia continua en Colombia.


Carlos Holguín Mallarino

El gran patricio Chocoano, don Carlos Holguín Mallarino, con su obsesión por contribuir a la paz u a la convivencia entre los colombianos, en época gravemente conturbada por las frecuentes guerras intestinas, propiciadas por los partidos políticos en formación, saturados de sentimientos egoístas con aspiraciones únicas de poder, fue él, el señor Holguín Mallarino el pilar definitivo en la expedición de la Ley 38 de 1880, en la cual se autorizó al Ejecutivo, crear y organizar la Policía de Bogotá. Sin embrago la carencia de medios económicos, dio al traste con tan importante disposición.









Por fortuna y gracias a la tesonera labor de don Rafael Núñez, entró en vigencia la nueva Constitución de la República en 1886, en cuyo artículo 167, se incluyó para el Gobierno Nacional la obligación de organizar el cuerpo de Policía, servicio éste que estaba diseminado por los anteriores estados federativos, con legislaciones propias, adecuadas a las costumbres y a los modus vivendi regionales. Este nuevo mandato constitucional conformó los anhelos del Presidente Holguín, para lanzarse a la organización y mantenimiento de un cuerpo de Policía, con futuros alcances nacionales, en consecuencia el 23 de octubre de 1890 el doctor Carlos Holguín Mallarino, sanciona la Ley 23 para organizar un cuerpo de Policía en Bogotá, con posibilidad de ampliarlo a nivel nacional. Esta ley, contemplaba la contratación en el exterior de una o más personas competentes para la tarea. También autorizó al Gobierno a usar en el establecimiento, organización y sostenimiento de un cuerpo de Policía Nacional hasta $300.000; y a contratar a través del cuerpo diplomático un profesor  hábil, que se encargue de organizarlo y de educar hasta donde lo permiten las circunstancias y aptitudes respectivas a los particulares que se destinen a desempeñar las funciones de policiales.

Estas normas legales mencionadas abrieron definitivamente al presidente Holguín, el camino de sus viejas obsesiones. Después de analizar las numerosas propuestas entre instituciones policiales de varios países europeos, con sus ministros y funcionarios más allegados y conocedores de asuntos tan importantes, se decidió por la Policía francesa, cuya reestructuración brillante de cien años antes, la situaba a la cabeza de todas las demás.

Satisfechas por los canales diplomáticos todas las diligencias requeridas, merced a las actividades adelantadas, principalmente por el Ministro de Gobierno, don Antonio Roldán, se tuvo noticias que el Ministerio del Interior de Francia por intermedio de Monsieur Constans había seleccionado para cumplir la misión prevista en Colombia al Comisario de Primera Clase, don Juan María Marcelino Gilibert Laforgue.

Para escoger al Comisario Gilibert, el gobierno francés tuvo en cuenta sus sólidos conocimientos policiales, basados en estudios y experiencias, su recio carácter y personalidad bien definida, los años universitarios cursados  en la facultad de leyes y su dominio del idioma español.

El 26 de agosto de 1891, Gilibert aceptó el cargo  y seis días después salió de París hacia el Puerto de San Nazario. Allí, donde las aguas del Río Loire rinde su tributo a las del Océano Atlántico, tomó pasajes para Colombia, descrita en su imaginación como un país pintado en las novelas de Emilio Salgari.
Allí también entregó a los aires, en un instinto de confianza, sus besos y abrazos, en su querido y único retoño de apenas 17 meses Luis Juan Pablo Marcelino. Allí, por primera vez postrimera, clavó su mirada en su amante Francia, lejos de imaginarse que jamás retornaría a ella.




Las escasa crónicas que acompañan la vida de Gilibert, no se han puesto de acuerdo para determinar si el arribo al continente sudamericano,  se hizo por Cartagena de Indias o por la  arenosa Barranquilla, el 28 de septiembre de 1891. pero el sentido común acude a nuestra ayuda para intuirnos que tuvo que haber sido por la segunda de las villas costeñas ya que en las Bocas de Ceniza zarpaban los vapores aguas arriba del rio de La Magdalena, para dejar en el puerto de Honda, los pasajeros con destino a la Capital colombiana. Lo cierto fue que nuestro comisario hizo entrada en Bogotá, el 14 de octubre de 1891.


 Ruta tomada por Gilibert  a su llegada a Colombia partiendo en un Vapor por el rio de La Magdalena desde Bocas de Ceniza-Puerto de Honda-Bogotá-1891 


Es ese largo recorrido, por las agrestes comarcas, que separan el litoral norteño de la esmeraldina sabana Bogotana, descubrió Gilibert un país joven en su democracia representativa y en ese lapso, gozó de mucho tiempo y oportunidades para compartir e intercambiar ideas, para conocer las gentes criollas, con sus costumbres y sus dichos y para aprender a enamorarse de esta nación, que lo aceptaba con los brazos abiertos, en amplia generosidad y justificada esperanza.

La inquietud de Gilibert, para comenzar labores en la organización de la Policía y emprender en forma rápida la misión encomendada, se tradujo dos días más tarde, en la apertura de oficinas en el “Hotel Universo”, situado en la actual calle 10 con carrera once de Bogotá, bajo su asesoría se dicta el que se ha considerado decreto padre de nuestra actual Policía Nacional: el Decreto 1000 del 5 de noviembre de 1891. allí quedan consignados los esfuerzos de Gilibert para separar “con fuerzas casi muscular”, la injerencia militar política en el cuerpo de policial. Esto quedaba adscrito al Ministerio de Gobierno, compuesto por un director, un subdirector y su secretario, 36 comisarios escalafonados jerárquicamente en tres clases, 8 oficiales auxiliares y 400 agentes, con salarios que iban desde $50 mensuales para agentes,  hasta $250 para el subdirector. Fijaba, así mismo, contra la ignorancia y el clientelismo tradicionales las condiciones de ejercicio de la profesión policial. El Decreto 1000 a parte de crear el Cuerpo de Policía Nacional, también sustituyo los cuerpos existentes de policías departamentales, municipales y de serenos.

Ardua fue la tarea de Gilibert para preparar estatutos, reglamentos y material de instrucción y de estudio y normas y perfiles para la selección de candidatos a llenar los cargos en los diferentes niveles de la nueva organización, con carácter tan exigentes, que se reflejan en el cumplimiento cabal de las funciones, en el trato al público, en el comportamiento profesional intachable, en el servicio a la comunidad y en el ejemplo real para la ciudadanía.

Para Gilibert, no hubo obstáculo ni cortapisas, que interrumpiera ni detuviera su marcha acelerada hacia la meta propuesta. De esta manera, con el esfuerzo y capacidad de trabajo, en corto tiempo, exactamente el domingo 10 de enero de 1892, hizo una demostración, ante el Gobierno Nacional y la población bogotana, de un grandioso y memorable desfile de 4.450 policías, disciplinados e instruidos, vistiendo uniforme de gala, al estilo y semejanza de la Policía francesa: levita de paño negro, abotonadura dorada, quepis francés con trencillas de plata, sable con bordas doradas y cinturón de charol con el escudo nacional grabado. ¡Allons, enfants de la patrie! (que  traduce ¡Van los hijos de la patria!. Fue esta la mejor comprobación de la extraordinaria capacidad como organizados de Juan María Marcelino Gilibert Laforgue.

También, de su puño y letra, redactó Gilibert el reglamento policial, subdividió la ciudad en seis circunscripciones, se consiguieron y adaptaron los respectivos locales para las divisiones de vigilancia, se amoblaron las comisarias y se instalaron los teléfonos. El cuerpo quedó organizado, la central , para servicios generales en toda la ciudad, y la de seguridad, encargada de la “supervigilancia y las pesquisas reservadas” , de las que decía Gilibert que, si bien no era un servicio secreto- venía de haber vivido en su país la perversión del cuerpo policial, esta vez no por el Ejército, sino por la hipertrofia de las “Secretas”, sí podían trabajar sus escogidos agentes en vestido de paisano, llevando una identificación impresa con el lema “La Fuerza de la Ley”. Igualmente, adiestró a los guardias e inspectores para llevar un minucioso juego de registros diarios sobre las rondas nocturnas, listados de sospechosos, lugares peligrosos de la ciudad, casas de juego, de “Mala reputación”  y de préstamos, hoteles y movimientos de transeúntes, vagos y niños callejeros, listas de quejas y denuncias; documentos todos que serían uno de los blancos más perseguidos por el pueblo bogotano durante el motín de 1893.

El reglamento también era severo en prohibir a los agentes la aceptación de “extras” o aprovecharse ellos o su familiares de su posición para sostener negocios a adquirir ventajas. Y una indicación que aún hoy puede estremecer, esta vez a los retenidos en redadas: “Los agentes deberán ser siempre benévolos, enérgicos y corteses para el público; débiles nunca; procurarán adoptar primero el medio de persuasión y no reprimir sino después, evitando prometer a los indicados una indulgencia que no están en capacidad de concederles. Deberán, asimismo, abstenerse de todo hecho agresivo, de toda palabra grosera o injuriosa para el público y para todos los individuos detenidos”.

El arreglo al que se llegó con la municipalidad de Bogotá para instalar la Policía Nacional no explica por qué esta, excepto en casos de comisiones especiales a los departamentos vecinos, no sobrepasó el ámbito de las goteras de la ciudad; las oficinas de la Dirección General, la División Central y la Seguridad se contrataron con la ciudad, al ceder, esta, según acuerdo de la municipalidad en 1890, el local del antiguo Hotel Universo, “situado en la parte sur de la plaza de mercado de esta capital, con tiendas accesorias” a cambio de que el Gobierno se “obligara a suministrarle diariamente un cuerpo de gendarmería constante de 50 hombres de los de la Policía Nacional, los cuales estarán bajo las órdenes y autoridad del Alcalde de Bogotá y de los empleados o funcionarios a cuyo servicio  los designe el mismo alcalde, amén de otro grupo  de agentes que debían vigilar y hacer guardar el orden en los lugares en que se des espectáculos públicos”, lo que a la postre se convertiría en la cesión  de una guardia de servicios personales para funcionarios de la ciudad y en una causa de serios enfrentamientos entre el riguroso comisario Gilibert y el alcalde Higinio Cualla.

Primer Reglamento General del Cuerpo de Policía -1891
Ya creada la Policía, procedió Gilibert a organizarla y para eso fue necesario el primer Reglamento Orgánico, que fue aprobado por el Ministerio de Gobierno y dictado el 12 de diciembre de 1891.
La organización inicial comprendía las siguientes dependencias:
Dirección General
Subdirección General
Secretaria de la dirección
Servicio Médico
Pagaduría,
Cinco Divisiones de Vigilancia (Distritos)
División de Seguridad
División Central

La organización inicial de la Policía la conformaban cinco Comisarios de primera clase; jefes de Distrito o División; un Comisario Mayor de Segunda Clase; Jefe del Servicio de Seguridad; Siete Comisarios Mayores de Segunda Clase para las Divisiones; seis Comisarios de Segunda Clase; ocho Comisarios Mayores de Tercera Clase; nueve Comisarios de Tercera Clase y cuatrocientos Agentes.

Los cuarteles que ocupaban las distintas Divisiones estaban situados así:
La División Central, donde funcionaba las oficinas y habitaciones particulares del Director (en la Calle 10); la Primera División, en el antiguo local de la Plaza de Mercado; la Segunda División, en San Francisco; la Tercera División, en el Dorado (calle 24); la Cuarta División, en la calle 14, la Quinta División en la calle 4ª y la Sexta División en Chapinero. Cada División, a excepción de la segunda y la sexta que tenían una dotación mayor, constaban del siguiente persona:

Un Comisario de Segunda Clase; un Comisario Mayor de Tercera Clase; un Secretario; dieciocho Agentes de Primera Clase; dieciocho Agentes de Segunda Clase y Quince Agentes de Tercera Clase.

El cuerpo quedaba estructurado, en tal momento por seis divisiones, cada una de ellas con dos subdivisiones y cada subdivisión con dos secciones.

En el reglamento se estableció que la Policía tenía por misión la de conservar  la tranquilidad pública, protegiendo a las personas y a las propiedades, así como salvaguardando los derechos y garantía que tanto la Carta Constitucional como las leyes reconocían. Igualmente debía velar por el cumplimiento de la leyes y  las disposiciones emanadas de las autoridades y prevenir la comisión de delitos y contravenciones, mediante la efectiva aprehensión de los infractores. La Policía sería imparcial y actuaría sin acepción de personas, salvo las inmunidades que señalaban la Constitución, la Leyes, el derecho internacional y los tratados públicos.

Tal reglamento era, en detalle, una buena serie de pautas de conducta, disciplina, moral y ética. Además se instruyó previamente al personal que iniciaba  sus funciones el 1º de enero de 1892, día en el cual la Policía Nacional desfilo en Bogotá, con uniforme similar al francés , frente al presidente Carlos Holguín y su gabinete ministerial.

Juan María Marcelino Gilibert selecciono al personal de la institución de manera admirable; a la Policía no tenía entrada sino jóvenes distinguidos, de buena ilustración, que tuvieran facilidad para interpretar a conciencia  los deberes a su cargo.

Las directivas superiores de la Policía estuvieron integradas así: el director general, Juan María Marcelino Gilibert; el subdirector general, coronel Pedro María Corena; secretario de ambos, respectivamente, Antonio María Osorio y el mayor Pablo Martínez; el servicio de correspondencia con dos escribientes; un habilitado, Camilo Caro, y como secretario José Posada T.

El sereno ataca de nuevo
Gilibert, en su empeño por combatir todas las oscura fuerzas que conspiraban contra el proyecto de formar un cuerpo de policía profesional y científico, debió vérselas no solo con los bajos fondos de la ciudad, con los altos mandos civiles y militares, con las medias tintas de los estudiantes, mercachifles y artesanos, sino hasta con los poderes situados más allá de toda altura: con los mismísimos habitantes de ultratumba.

En una madrugada de abril de 1892, a escasos tres meses de organizado el flamante cuerpo de nacional de policía y de disuelto el cuerpo de serenos, una noticia llevada por los agentes que hacían la guardia nocturna por los lados del Colegio de Rosario causó alarma y murmullo entre los policías de la Segunda División, destacada en San Francisco. El agente Gabriel Rueda refería que “ en la noche anterior, estando de servicio especial media cuadra arriba de la imprenta de “La Luz”, de doce a tres, se le había presentado un sereno quien le dijo: ”¡Compañero, buenas noches!” a lo que Rueda le había contestado lo mismo. En ese momento se había inclinado este a alzar el capote que acababa de caérsele y al enderezarse, el individuo había desaparecido, sin que fuera posible hallarlo”. 

Al oírlo, otros agentes empezaron a desatar lo propio; el agente Jáuregui, entonces, contó que le había acontecido algo similar, pero que por temor a la burla no había hablado. El caso era que en otra noche había visto a un individuo que fumaba parado en inmediaciones de los excusados públicos del Puente de Latas, y que el agente lo increpó por dos veces, pidiéndole candela para encender un cigarrillo, y aquel no solo no se la dio, sino que no le contestó, por lo cual resolvió sacar fósforos, y al botar el había prendido, ya el individuo había desaparecido sin poderlo hallar por más que lo buscó. Otro agente corroboró el extraño encuentro; esta vez en la calle que conduce del Puente de Santander al Puente de Latas se topó, a eso de las dos de la mañana, con un individuo parado hacia la mitad del puente y recostado contra la baranda del lado occidental. Creyendo que fuera un “Alumbrador”, siguió su ronda, pero al llegar cerca al sujeto, este desapareció sin que el policía se hubiera dado cuenta de cómo lo hizo.

El rumor siguió circulando entre los policías, desenterrando viejos relatos donde se describía el atuendo del personaje, a la usanza de los antiguos serenos coloniales: una especie de levitón de gran tamaño, casco metálico al modo del “yelmo Mambrino”, silbato, “Chipa” de rejo a la cintura para alcanzar los faroles y reluciente alpargatas blancas. En efecto, la historia se remontaba a lejanas épocas, “del tiempo de la antigua policía”, según el decir del mismísimo Gilibert, hasta cuyos ilustrados ojos llegó el asunto, y no precisamente porque se le hubiese presentado el espanto, como ya todos lo llamaban, sino porque Rodolfo Samper, un joven periodista que comenzaba su carrera escribiendo picantes crónicas rojas para el diario conservador “El Correo Nacional” y no perdía chocolatada en las comisarías, condujo hábilmente el tema hacia ruidos subterráneos y los espantos  y se enteró del suceso del sereno, Samper lo llevó a las paginas del periódico diciendo que los policías habían salido despavoridos, que habían abandonado sus puestos de vigilancia, en fin, armando tal escándalo que,  en palabras del propio Gilibert, “ha hecho cubrir de ridículo al cuerpo de la Policía Nacional”.

Hasta aquí los datos confirmables. El propio Ministro de Gobierno le dijo al director que iniciara un sumario para establecer el misterio. Se le abrió un expediente al espanto; aquel reposa hoy en el Archivo Nacional, del cual he tomado las declaraciones textuales de los agentes ya conocidas anteriormente.

El comisario Gilibert dio por cerrado el caso destituyendo fulminantemente a los agentes espantados no porque hubieran abandonado su puesto, como afirmó calumniosamente la prensa, sino porque, “así como lo dice, hubiesen apercibido un hombre vestido de sereno, su deber como empleado de la fuerza pública hubiera sido apoderarse de él para saber lo que pretendía y no lo hicieron…” , amén de haber convertido  la grave falta de referir hechos “que sabían ser inexactos delante de un reportero…”.

Don Marcelino, como buen positivista, da varias explicaciones a algunas “in explicaciones”; el rumor fue iniciado por el ex agente Rueda, quien acaba de separarse del empleo y quien “en realidad no ha percibido nada de insólito, y por un motivo que no me explico y no me explicaré jamás es el primero que ha pretendido haber visto el fantasma…En seguida otros agentes, sin tampoco haberlo visto, habían propalado la especie…” “A mi modo de ver-concluía muy policiacamente monsieur Gilibert-, los agentes y el comisario Sánchez han querido formar una farsa o amedrentar a los agentes que hacen el servicio en aquellos parajes… De las averiguaciones hechas por los comisarios de la segunda división y de su vigilancia de todas  las horas de la noche, resulta que no hay nada cierto en este negocio, y no pasa de ser una chuscada”.


 
El lugar se vio favorecido por las obras de embellecimiento urbano emprendidas en los años 1870. De hecho, debido a que tras la independencia Francisco de Paula Santander  se instaló en el costado norte de la plaza, las autoridades nacionales decidieron erigir una estatua de bronce suya en el centro del lugar. Esta se encargó al escultor italiano Pietro Costa, quien la concibió y envió desde Europa. El 6 de mayo de 1877, durante el gobierno de Aquileo Parra, se inauguró la estatua, cambiándose asimismo su nombre de plaza de las hierbas por el de Parque de Santander.

En 1885, el lugar se convirtió en efecto en un jardín dividido en dos avenidas, incluyendo entre sus elementos dos pilas de bronce, estando el conjunto rodeado por una verja de hierro con portales sobre las carreras Sexta y Séptima, que eran respectivamente su costado oriental y occidental. Por ese entonces, en el parque también comenzaba la ruta de la línea del tranvía hacia Chapinero.
El lugar fue también uno de los primeros en contar con sistema de iluminación a gas, en 1891, sistema que en 1895 fue reemplazado por el de alimentación eléctrica, marcando una nueva etapa en la historia nacional de la iluminación pública. Éste se encendía a las siete de la noche, y se apagaban a las cuatro de la mañana.

José Segundo Peña
Director de la Policía Nacional
01 al 14 de  noviembre  de 1892
El día 1 de septiembre de 1892, al cumplirse el contrato de un año que había firmado con el gobierno de Colombia, Gilibert entregó la Dirección de la Policía a don José Segundo Peña, quien permaneció por el breve tiempo de 14 días y en el mes de noviembre del mismo año le entrego el cargo al doctor Ignacio Bácelar Caicedo,

Durante la presidencia de Miguel Antonio Caro (1892-1898), en calidad de encargado asume la Dirección de la Policía don Ignacio Bácelar.
Ignacio Bácelar Caicedo
Director de la Policía Nacional
15 de Septiembre de 1892-14 enero de 1893

En el mes de diciembre de 1892 circuló una publicación en el periódico Colombia Cristiana que ofendía el honor de los artesanos de la capital de la República, lo que produjo un malestar que dio lugar a disturbios y revueltas con asonada a la Policía, incendio de la correccional de mujeres, varios muertos y heridos, incluido personal de la Policía. 

Pero no todo fue glorias y satisfacciones en la Policía Nacional, bajo la dirección de Ignacio Bacelar, ocurrido el episodio que se consideró la primera asonada que sufrió la Institución La delicada situación de orden público debido a que en el mes de diciembre de 1892, circuló una publicación en el periódico Colombia Cristiana que ofendía el honor de los artesanos de la capital de la República, lo que produjo entre el 15 y el 17 de enero de 1893 un malestar que dio lugar a disturbios y revueltas en los que hubo numerosos heridos y más de 50 muertos. La Policía fue uno de los blancos de la turba: escuchó repetidos abajos, cuatro de las seis comisarías cayeron en poder de los amotinados, el cuartel general resistió el asalto de la multitud debido a las descargas de fuego disparadas desde los balcones, un agente resultó muerto y otros heridos, y el ejército tuvo que hacerse cargo del restablecimiento del orden. La inusitada furia popular expresaba el rechazo a que los Policías controlaran las horas de expendio de chicha, a que disolvieran los corrillos callejeros y a que obligaran a los peatones a caminar por la acera derecha. Era también resultado del cobro de multas, del rechazo a la recolección de "chinos" de la calle para llevarlos a trabajar (marcados con tinta roja) a las haciendas cafeteras, y de los enemigos de la regeneración que veían en la Policía un nuevo instrumento de represión política. Situación que condujo a que se pensara en un nuevo director de la Policía.

Dicha fecha marcó un hito para la Institución naciente, ya que conocieron la lealtad, valentía y disciplina de los hombres formados por el Comisario Gilibert, situación que condujo al Gobierno Nacional, ante la necesidad de tener un director con experiencia para que rigiera los destinos de la Policía, nombra nuevamente a Marcelino Gilibert como Director de la Policía.

Este de inmediato inicia la reorganización del servicio de Policía Montada y crea la Subdivisión de Caballería, de acuerdo a lo estipulado por el Decreto 450 del 31 de enero de 1893.

Para custodiar y vigilar los alrededores de Bogotá, Gilibert destinó 50 jinetes de la Policía, elegantemente uniformados de negro, con guantes y correajes blancos, con sus respectivos caballos bellamente enjaezados, al mando del Comisario de Primera Clase, don Mariano Patiño.
Comisario  Juan María Marcelino Gilibert Laforgue
Segunda Dirección 15 de  enero de 1893- 19 de junio de 1898

En abril de 1894, Gilibert y la División de Seguridad lograron desmantelar una conspiración de artesanos para apresar al vicepresidente Miguel Antonio Caro y sus ministros por medio de "secciones" guerrilleras que obrarían a un mismo tiempo; éxito policial que se debió a informaciones recolectadas en las chicherías y a que pudieron infiltrar al movimiento artesanal comprando por 200 pesos a uno de los complotados. En enero de 1895 la Policía frustró una nueva conjuración en Bogotá, lo que no evitó el estallido de la guerra civil, debido a que a la misma hora de la ejecución del complot se habían acordado levantamientos liberales de respaldo en varios departamentos del país.
Desde su dirección propuso la Ley sobre refugiados de guerra y Policía de Fronteras y creó en 1895 la Sección de Bomberos, mediante Decreto del 14 de mayo de 1995, dependiente de la División Central, al mando del Comisario Alejandro Lince.

Gilibert crea el Cuerpo Oficial de Bomberos de Bogotá

Bombero de la Policía en uniforme de rescate, 1895.
La fundación del Cuerpo Oficial de Bomberos de Bogotá aconteció durante la gestión del comisario de primera clase de la Policía de Francia, Juan María Marcelino Gilibert, el 14 de mayo de 1895, con la firma de Miguel Antonio Caro y su Ministro de Guerra Edmundo Cervantes, se dictó el Decreto que nombra varios Agentes de la Policía Nacional, habiéndose dispuesto: Artículo 1. Del aumento decretado nombrase por la Dirección de la Policía Nacional 25 Agentes de Cuarta Clase, destinados a la División Central. Artículo 2. Los Agentes nombrados formarán una sección especial que se denominará Sección de Bomberos y se ocupará en los estudios consiguientes a esa clase de servicios. Artículo 3. Estos agentes estarán comandados por un Comisario de Tercera Clase, a cuyo efecto créase este destino. Artículo 4. Para ocupar el empleo creado por el artículo anterior, nombrase al señor Alejandro Lince.

La Ley contra el Hampa.
Y bien fuerte era el trabajo de Gilibert para sanear la “Atenas Suramericana” (denominación que tenia Bogotá). En el un informe de 1894 Gilibert hace un extenso balance de los hecho y por hacer. Numéricamente la cosa se ponía  así, restando de los 450 hombres  en nomina los cincuenta cedidos al municipio y los 110 cedidos a las oficinas nacionales o los destacados en otros oficios, “ se tiene para la vigilancia de la ciudad 290.

De ´éstos, divididos en tres partes; según la organización establecida, que dan 96, y como la ciudad, según plano oficial, consta de 1020 cuadras, cada agente tiene que vigilar casi 11 cuadras… si se agrega que no pudiera establecerse patrullas… para conducir a las comisarías a los sindicados … tienen que hacerlo los mismos agentes…para lo cual se ven en el caso de abandonar su radio de servicio por muchas horas y con mucha frecuencia”. Sin contar los escoltas  extras que pedían (gratis) los empresarios de teatro y toros, o los párrocos para procesiones o el alcalde.

Y sin contar con que el propósito de crear un cuerpo profesional se seguía viendo enrarecido por las obligaciones políticas por las cuales se iban llevando los escuadrones de ebrios, holgazanes e incluso delincuentes, “mal que no ha podido remediarse sin que cometan algunas faltas, motivo de escándalo ante la sociedad” . Los propios mulatos o castigados renunciaban para luego pedir nuevo nombramiento, dando pie a una gran inestabilidad, en todo contraria a la necesidad de que “pasasen al menos tres o cuatro años en el cuerpo para llegar a ser buenos agentes”. Sin comentar tampoco con que “todo el servicio se deduce a cumplir las providencias emanadas de los demás empleados nacionales, departamentales y municipales, sin que los inspectores de permanencia contaran siquiera con la atribución de poder “juzgar y fallar” en casos ameritados como de competencia del Código de Policía”.

Esto es por lo que se hace al bando de la ley. Del otro lado, la marea seguía subiendo: de los 8.552 casos atendidos por los inspectores nacionales o de permanencia en 1.893, las cifras cantaban esta canción : 1.718 casos de hurto (sin contar los de robo, estafa, abuso de confianza y demás atentados a la propiedad); 1.052 de ebriedad; heridos, maltratos, riñas, insultos 3.415. amén de otros delitos generalizados, pero de los que solo caía en manos de la ley un número irrisorio: juegos prohibidos 13; seducción, estupro, forzamiento y corrupción 128; desaseo 57.111; escalamiento 14; vagancia 441.

 Pero Gilibert no era ni por pienso un cultor de las escuetas estadísticas; todos los estamentos de la ciudad pasan ante tus ojos avezados en detectar los tumores del cuerpo social y no se ahorra el diagnóstico : Uno: los hurtos. “En una escala verdaderamente alarmante, cometidos en gran parte por muchachos de 7 a 15 años a quienes se ha dado el nombre de rateros y que parece, por rápidos, se hubiesen educado especialmente para ello”, que cada día se hacen más numerosos por falta de colonias penitenciarias que “según se ha establecido en Francia evitan que se mezclen y aprendas de los criminales empedernidos”, pero había otro móvil que generalizaba los robos: "basta visitar los almenes de los cambalacheros o zacatines”, “allí se encuentran todas las llaves perdidas o robadas, los elementos de guerra perdidos de los parques públicos, las ropas desaparecidas de las casas de familia y todos los demás objetos cuyo comercio no puede hacerse a la luz del día”. Y don Marcelino no se andaba con tapujos ante nadie:” elevé ante el Ministerio y el alcalde una petición para que se dictara una ley para reglamentar esa clase de comercio… pero este empleado-el alcalde de Cualla, claro-…¡ha tropezado con la alta libertad de comercio que existe en la República”.

Dos: la embriaguez causa según él “de la mayoría de los delitos que figuran en la relación anterior”, y daño que las chicherías seguían siendo la única diversión; después de la jornada debían cerrase-como lo hizo- a las 10:00 p.m….y prohibirse la venta de licor-al modo de Francia por su puesto-“a los individuos, como se les dice generalmente, chispados”

Tres y cuatro: los dolores de cabeza ancestrales de toda la policía: las prostitutas, “causa de escándalo, perdición de los hijos de familia y de las enfermedades más generalizada de nuestra sociedad”; y los mendigos, que para entonces  ya habían pasado de ser asunto de caridad pública a ser problema de “orden público”, e higiene social. Remedio para tanta llaga falsa y tanta venérea “ ante los que la policía nada puede hacer”; pues, como en Francia, recomendaba Gilibert algo que Bogotá nunca pudo hacer en el siglo XIX: multiplicar las casas correccionales, los asilos  y hospitales, y los centros de beneficencia.

Otros asuntos menudos ocupaban al informe de Gilibert en 1894: el peligro de incendio en los teatros, la falta de excusados públicos, los robos continuados en las plazas de mercado, la falta absoluta de aparatos del cuerpo de bomberos… solo extraña que un detalle se hubiera escapado a la perspicacia del funcionario…¿o tal vez pudo ser que las excesivas tareas procuradas por la defensiva de los bienes y honra de los ciudadanos le impedían que se ocupara otro tanto por proteger la vida?  Porque más alarmante que los 1.718 casos de hurto, los 3.415 casos de heridas y maltrato,. ¿No ameritaba siquiera una línea en su uniforme el insólito índice de violencia personal que se enseñoreaba en Bogotá, máxime cuando, revisadas en sus archivos las cifras de las comisarías y juzgados indicaban que no se trataba solo de un dato aislado, sino de una tendencia notoriamente creciente durante toda la segunda mitad del siglo XIX capitalino? Voila (ahí esta) detalle así de pequeño .

La renuncia de Gilibert

Desde 1895 la obra de Gilibert se derrumbaba estrepitosamente, pero ni aun así su fe en la causa policial cede un ápice; durante los últimos cinco años del siglo XIX estallan dos de las guerras más sangrientas de nuestra historia, se ello fuera posible. Apenas empieza a sentirse el hedor de la pólvora en enero de 1895, el presidente Miguen Antonio Caro reorganiza de nuevo militarmente, la Policía Nacional y la adscribe al Ministerio de Guerra, con el beneplácito de los enemigos del proyecto francés: “el resultado de tan necesaria medida no se ha hecho esperar, y todos en la capital habían visto el rudo eficaz servicio que prestara la Policía durante la guerra… y la mejora continua que se observa en sus filas … por eso el actual jefe de la seguridad trabaja por obtener un acto legislativo que haga inembargable la ración de los policías, para cortar aquello de los “infames” y ciertas comadrerías y apaciguamiento que pervierten  a los gendarmes…” decía un periódico capitalino.

El decreto que adscribía a la Policía al Ejército cesó después de levantado el estado de sitio, pero fue restaurado luego por le presidente Manuel Antonio Sanclemente el 24 de octubre de 1899. 

Texto de la carta de renuncia de Gilibert.
Para que no continúe durmiendo el sueño de los archivos… me permito transcribir aquí, la carta de renuncia de Juan María Marcelino Gilibert. Comisario de Primera Clase, palabras que resumen como póstuma advertencia a todos los tiempos.

Señor Ministro de Gobierno:

En mi nota numero 561 de fecha de los corrientes, tuve el honor de poner en conocimiento de su señoría que a consecuencia de las numerosas comisiones fuera de la ciudad de los servicios especiales en todas las oficinas públicas de la capital, de los escoltas para funcionarios de teatro, corrida de toros, festividades religiosas y finalmente  de los agentes enfermos y excusados a causa de lo penoso de su servicio, el efectivo con que hoy cuenta este cuerpo es enteramente insuficiente y ya no es posibles evitar que cometan los constantes robos que se suceden diariamente a causa de la enorme cantidad de ladrones y arteros que últimamente se han levantado en la capital.

En corroboración de los temores que me permití manifestar a su Señoría en mi nota ya citada, anoche mismo tuvo lugar un robo de  gran importancia en la Joyería de los señores Madero Hermanos de donde desaparecieron objetos que según los informes valen “$21.000.oo) y esto debido a que el agente que custodiaba ese puesto tenia que recorrer cuatro o cinco cuadras. En este desagradable acontecimiento, me permito manifestar a su Señoría que esta dirección no ha tenido la más pequeña culpa por las razones que ya dejo expresadas, pero estoy persuadido que el público y la prensa periódica cargarán sobre ella toda responsabilidad.

Habiendo hecho durante seis años y medio que he estado a la cabeza de este cuerpo todo lo que ha estado en mi poder para crear y organizar una policía que merezca este nombre y no queriendo asumir por más tiempo responsabilidades con que no puedo gravarme suplico atentamente a su Señoría se digne aceptar la renuncia irrevocable del puesto de Director General y organizador de la Policía Nacional con que fui honrado por el Gobierno de Colombia, ya que terminó el tiempo del contrato.

Al tomar esta medida ya antes de separarme del alto puesto que el gobierno ha tenido a bien confirme, suplico particularmente a su Señoría, al digno señor Vicepresidente de la República, excelentísimo señor Caro, a todos los miembros del  gobierno y demás empleados, se dignen aceptar mis más grandes y sinceras gracias por su benevolencia con que siempre me han distinguido, me perdonen todas las faltas que involuntariamente haya podido cometer, pudiendo tener seguridad el Supremo Gobierno que tanto me ha distinguido, que mientras permanezca en este país trataré de ayudar en toda  la medida de mis fuerzas a la nueva marcha de la Policía a la que he dedicado mis desvelos y toda mi atención. El mayor de mis deseos es que la persona que me reemplace en el puesto que yo ocupo, obtenga  un éxito más feliz que el que yo he tenido para lo cual  con el gusto más grande y si acaso se juzga necesario, daré todos  los consejos que mi larga práctica en la carrera de la Policía me permita dar.

General. Arístides Fernández
Director de la Policía Nacional
18 de agosto de 1898-27 de octubre de 1898 
Finalmente, y antes de terminar la presente , creo que es mi deber manifestar a su Señoría que si no es posible por ahora aumentar el personal del Cuerpo de Policía, sí sería muy conveniente suprimir los servicios especiales   que prestan sus agentes en todas las oficinas públicas, los que no estando vigilados por sus jefes, no cumplen con sus deberes y no tienen de agentes sino el nombre, y que también no se nombren en el cuerpo por recomendaciones e influencias especiales individuos que no tiene la capacidad necesaria y cuyo oficio en su mayor parte se reduce a cobrar su sueldo.

Dios guarde a S.S.
Gilibert”.





Tras la renuncia de Juan María Marcelino Gilibert, el General. Arístides Fernández fue encargado de la Dirección de la Policía por breve tiempo. Bajo la presidencia de José Manuel Marroquín.

Llegamos al año 1906 cuando regresa Gilibert, llamado por el General Rafael Reyes Prieto, a dirigir la Policía por tercera vez. El 6 de mayo de 1906 se posesiono de su cargo y reinicio su incansable labor de servicio. Fue durante este periodo cuando Gilibert sentó las bases más solidas para el futuro de la Policía. 
























Bajo el gobierno de Reyes se registraron pocas actuaciones de tipo policial. Sin embargo, pueden anotarse las siguientes , sin  influencia benéfica en su porvenir:
Por Decreto 890 del 29 de octubre de 1904 se reestructuró el Cuerpo de bomberos de Bogotá, el cual prácticamente permaneció inactivo hasta 1916, cuando reinició sus importantes labores.
De nuevo, con base en el decreto 743 del 2 de septiembre de 1904, se subordinó la Policía Nacional al Ministerio de Guerra.

Con la curiosa denominación de Decreto de “Alta Policía” número 948   del 27 de noviembre de 1904, se dictaron normas para prevenir las perturbaciones del orden público, restringiendo, mediante actividades de severas penas, muchas actividades de los ciudadanos y libertades individuales.

La Asamblea Nacional facultó al Ejecutivo para crear una sección dependiente de la Dirección General de la Policía Nacional, que se ocupara de la investigación de los delitos de falsificación de moneda y trafico de esmeraldas. Así mismo dispuso la creación de una comisión de abogados que procediera a la elaboración de un Código Nacional de Policía, labor que no se cumplió hasta el año de 1970, mediante el decreto 1355 del mismo año.

En cumplimiento de la Ley 43 se creó una Comisaria de Policía Judicial, subordinada a la Dirección General de la Policía Nacional y con la misión de investigar las delitos señalados en la respectiva disposición.

Mediante decreto legislativo número 35 del 22 de junio de 1906 se dispuso la creación de un Cuerpo de Policía que se llamaría Gendarmería Nacional, integrada por los policías y los gendarmes que existieron en los departamentos de la república. Este organismo  estaría dirigido por  un comandante general, bajo cuyas órdenes quedaba también la Policía Nacional que era dirigida por Juan María Marcelino Gilibert.

Este adefesio jurídico es una demostración palmaria del tratamiento irregular, anticientífico  y antitécnico que, en no pocas veces, se le ha dado al Cuerpo-institucional. Afortunadamente la vigencia de este despropósito fue efímera. 

General. Pedro A. Pedraza
Director de la Gendarmería Nacional
10 de febrero de 1906-5 de mayo de 1906
Mediante Decreto legislativo 35 del 22 de junio de 1906  se dispuso la creación de un cuerpo de Policía que se llamaría Gendarmería Nacional, integrado por Policías y gendarmes que existieron en los departamentos de la República. Como comandante general de la Gendarmería Nacional se nombró al general Pedro A. Pedraza, nacido en Bogotá en el año 1864 desempeño varios cargos en el Ejército Nacional, además fue subdirector de la Policía Nacional. Estudio la organización de los cuerpos de gendarmería de distintos países con el fin de aplicarla en Colombia. 

Después de un arduo trabajo y esfuerzo constante, que eran innatos en él, y frisando los 71 años de edad, el comisario excepcional se retira, en 1910, de las actividades policiales, colmado de honores justos y con satisfacción de haber cumplido a conciencia, la misión encomendada. Se refugia entonces en su quinta “La Gascuña” ubicada en Chapinero, nombre que a cada momento le recuerda los años ya distantes, vividos en su país natal. Allí al lado de su armada Paulina y de su querido hijo Luis Juan Pablo Marcelino y de sus numerosos amigos campesinos, busca recuperarse de sus dolencias, repartiendo el tiempo en gran modo por la pureza y bondad de los aires. La placidez y la tranquilidad familiares transcurren feliz mente por algunos años, hasta que fueron dolorosamente truncados con su muerte el 11 de septiembre de 1923, a las 12:20 del día en la ciudad de Bogotá, a los 84 años de edad, sus exequias se celebraron el día 12 de septiembre de 1923 a las 10:00 am  en la Iglesia de las Nieves de la ciudad de Bogotá.

En la vida de Gilibert, se contabilizaron 38 años, 4 meses y 9 días como funcionario público, de los cuales correspondieron 9 años, un mes y 18 días en el Ejército francés y 18 años, 9 meses y 22 días en la policía colombiana, solamente interrumpidos por el lapso de la Guerra de los Mil días, en la transición del siglo, en que por su calidad de extranjero, se comportó simplemente como asesor eventual ad honorem.

Gilibert, murió con la paz que genera la satisfacción del deber cumplido, dejando en la historia y en la mente policial, la impronta de sus magnificas enseñanzas, para toda la bella Colombia, que aprendió a amar como su segunda patria. Por eso podemos decir a plena voz : aquel comisario excepcional, que se entregó con alma y corazón, para organizar nuestra Policía en bien de un orden público integral y del bienestar completo de la sociedad, ha sido por siempre acogido como hijo auténtico de nuestra Colombia.

Un hecho anecdótico en la vida de Juan María Marcelino después de su retiro de la Policía fue el haber sido atropellado por una Bicicleta la cual casi le causa la muerte (ver noticia en el recorte de prensa )    

Tras el fallecimiento del comisario Juan María Marcelino Gilibert, el Director General de la Policía para ese entonces señor General Celerino Jiménez  expidió un Decreto honrando la memoria  del fundador de la Policía Nacional.
Una eventualidad de esta hermosa historia, es que, tanto en el matrimonio de Juan María Marcelino Gilibert con su esposa Paulina Duchein de Gilibert, fruto de su amor solo hubo un único hijo: Luis Juan Pablo Marcelino Gilibert; evento que casualmente se repite cuando su hijo contrae nupcias con doña Rosa Vargas, de cuya unión existe un único hijo llamado Luis Ernesto Gilibert Vargas, quien más tarde llegaría a ocupar el cargo que por varias ocasiones desempeño su abuelo paterno “La Dirección General de la Policía Nacional”.
















Dos años después del fallecimiento de Juan María Marcelino Gilibert, agobiada por la tristeza y resentida de manera grave en su salud, muy pronto sigue a su consorte Paulina Duchein de Gilibert fallecida en la ciudad de Bogotá el 2 de febrero de 1925.

Bóveda del Cementerio central de Bogotá donde inicialmente reposaron los restos mortales del Señor Juan  María Marcelino Gilibert  junto a los de su esposa Señora Paulina Duchein Vda. de Gilibert - 1986.


En 1941, a los cincuenta (50) años de edad. Luis Juan Pablo Gilibert Duchein se casa con la joven Rosa Vargas de Gilibert, veinte años menor que él,  la pareja decide radicarse en la Victoria (Caldas), en el año de 1943 la señora Rosa Vargas queda embarazada y en las postrimerías de su parto decide viajar nuevamente a Bogotá, con el fin de que su primogénito Luis Ernesto Gilibert Vargas, no nazca en el municipio de Manizales sino que sea oriundo  de la capital del País.

 El 13 de noviembre de 1944, Luis Juan Pablo Gilibert Duchein fallece en el Hospital de Girardot tras una penosa enfermedad y sus restos mortales fueron sepultados en el Cementerio Central de la Ciudad de Bogotá, donde aún reposan 

 “Luis Ernesto Gilibert Vargas” 
Director de la Policía Nacional
13 de junio de 2000-13 agosto de 2002



Estando como Director General de la Policía Nacional el señor General Ernesto Gilibert Vargas, éste exhumo los restos mortales del Comisario Juan María Marcelino Gilibert del Cementerio Central y los traslado al osario ubicado en le Centro Religioso de la Policía Nacional, ceremonia que inició con unas honras fúnebres llevada a cabo en el patio centra del edificio de la Dirección General de la Policía Nacional.



Bendición de los restos mortales del Comisario Juan María Marcelino Gilibert, que yacen actualmente en el Osario del Centro Religioso de la Policía Nacional .


Edificio sede el Centro Religioso de la Policía Nacional (Ubicado en la Ciudad de Bogotá), lugar donde reposas los restos mortales de Juan María Marcelino Gilibert y sus esposa Paulina Duchein de Gilibert.
 


“Uniformes y elementos de Juan María Marcelino Gilibert”



hoja de vida de Gilibert

revolver usado por Gilibert

maletín usado por Gilibert 

Su Genealogía

Juan María Marcelino Gilibert nació el 24 de febrero de 1839 en Fustignac, aldea del departamento de Alta Garona, rodeada de viñedos, en el cantón de Fousseret, en el suroeste de Francia, en las cercanías de Toulouse que en la época actual cuenta con más o menos 49 habitantes. De familia modesta, fueron herreros durante varias generaciones.

Los padres de Juan María Marcelino fueron Juan Gilibert y Guillaumette Laforgue.

En las primeras investigaciones, se encontraron primero tres hijos de esta pareja, y algunos años más tarde cinco, pero buscando en todo tipo de archivos, como los censos de Fustignac y los pagos de impuestos de aquella época, finalmente se descubrió que Juan Gilibert y Guillaumette Laforgue tuvieron ocho hijos en total y Juan María Marcelino fue el segundo.

Su hermana mayor, llamada Louise, nació el 6 de junio de 1837 en Fustignac y falleció en el mismo lugar el primero de octubre de 1906.

Los hermanos menores de Juan María Marcelino fueron respectivamente:

  • -     Eugénie Gilibert, nacida en 1841 en Fustignac.
  • -     Jeanne Gilibert, nacida el 12 de junio en Fustignac y fallecida el 19 de enero de 1930.
  • -     Jean Marie François Gilibert, nacido el 15 de octubre de 1843 en Fustignac.
  • -  Joseph Célestin Gilibert, nacido el 18 de septiembre de 1845 en Fustignac, que luego se casó con Louise Demarcq y fallecido el 18 de febrero de 1931.
  • - Françoise Louis Gilibert, nacido el 14 de junio de 1848 en Fustignac y fallecido el 27 de abril de 1870 en Fustignac, y
  • -   Louis Marcellin Gilibert, que nació el 6 de julio de 1852 en Fustignac, casado con Ernestina H. Grapin; ella falleció el 20 de octubre de 1918 y él falleció el 2 de febrero de 1905.

Se sabe que Louis Marcelin emigró a los Estados Unidos, en Nueva Orleans donde se dedicó al cultivo de algodón y donde tuvo descendencia.

 Los abuelos de Juan María Marcelino Gilibert fueron:

  • Dominique Gilibert, nacido el 5 de febrero de 1779 en Ambax, aldea cercana a Fustignac, y fallecido el 25 de agosto de 1827 en Lasbastide Paumés, en las cercanías de Fustignac, y Catherine Caubet, nacida el 14 de enero de 1783 en Fabas, pequeña aldea en los alrededores de Labastides  Paumés y fallecida el 29 de agosto de 1830 en Labastide Paumés. Dominique Gilibert y Catherine Caubet se casaron el 18 de octubre de 1803 en Fabas.
  • La pareja Gilibert-Caubet tuvo 9 hijos en total que fueron:
  • Jean Gilibert, (tío de Juan María  Marcelino) nacido el 24 de julio de 1804 en Labastide Paumés, y casado varias veces; una vez, con la señora Marie Anne Dario, nacida en Fabias el 13-11-1802, en Labastide Paumes y fallecida el 19 de noviembre de 1835 en Labastide Paumes. 

De esa unión tuvieron dos hijos:

-      Dominiquette, nacida el 15 de agosto de 1831 en Labastide Paumes
-      François, nacido el 19 de julio de 1834 en Lasbastide Paumes. Luego se casa de nuevo en Labastides Paumes el 3 de julio de 1836, tenía entonces 32 años, y fue herrero en Labastide Paumes, con la señora Louise Cugno, nacida en Fabas el 24 de septiembre de 1813. Ella tenía entonces 23 años  cuando se casó con Jean Gilibert.

De esa unión nacieron cuatro hijos:

  • 1-              Jean, nacido el 14 de abril de 1837 en Labastide Paumes
  • 2-              Jeanne, nacida el 9 de septiembre de 1839 en Labastide Paumes
  • 3-              Germaine Victorine, nacida el 17 de julio de 1840 en Labastide Paumes
  • 4-              Bernard, nacido el 11 de julio de 1842.

    -      Louis Gilibert, nacido en 1806 en Labastide Paumés y fallecida el 12 de septiembre de 1828 en el mismo lugar.
-      Marguerite Gilibert, nacida el 20 de diciembre de 1807 en Labastide Paumés.
-      Jean Gilibert, (padre de Juan María Marcelino) nacido el primero de junio de 1809 en Labastide Paumés, casado con Guillaumette Laforgue y fallecido el 6 de diciembre de 1887 en Fustignac.
-      Jeanne Gilibert, nacida el 21 de junio de 1813 en Labastides Paumés.
-  Bernard Gilibert, nació el 2 de agosto de 1817 en Labastide Paumés y fallecido el 22 de septiembre de 1817 en el mismo lugar.
-     Germain Gilibert, nació el 29 de septiembre de 1818 en Labastide Paumés.
-    Jean Marcelin Hippolite Gilibert nació el 11 de enero de 1821 en Labastide Paumés.
-  Y Bartelemi Gilibert, que nació el 27 de octubre de 1823 en Labastide Paumés.

Los bisabuelos de Juan María Marcelino fueron:

Jean Gilibert, nacido el 22 de diciembre de 1741 en Ambax y fallecido en el mismo lugar el 17 de agosto de 1806, y Jeanne Carrère, nacida en 1745 en Monpezat, pequeña aldea en los alrededores de Fustignac y fallecida en Ambax el 25 de octubre de  1825.

La pareja Gilibert-Carrère tuvo seis hijos que fueron:

-      Pierre Gilibert, nacido el 12 de julio de 1772 en Ambax y casado con Jeanne Talazac.
-      Brigitte Gilibert, nacida en 1776 en Ambax y fallecida el 14 de julio de 1777 en el mismo lugar.
-      Dominique Gilibert , (que fue el abuelo de Juan María Marcelino), nacido el 5 de febrero de 1779 en Ambax , casado con la señora Catherine Caubet el 18 de octubre de 1803 en Fabas.
-      Bartelemi Gilibert, nacido el 30 de diciembre de 1780 en Ambax.
-      Bernard Gilibert, nacido el 8 de febrero de 1784 en Ambax.
-      Y Françoise Gilibert, nacida el 6 de febrero de 1788 en Ambax.

Los tatarabuelos de Juan María Marcelino fueron:

 Etienne Gilibert, se piensa que nació en Ambax alrededor de 1700 ya que los documentos de esa época, en el momento de la investigación, estaban en una fase de restauración en el archivo de este departamento, y Marguerite Ducassé, nacida en Ambax y fallecida en 1785 en el mismo lugar. La pareja Etienne Gilibert y Marguerite Ducassé tuvieron por lo menos tres hijos:

-       Jeanne Gilibert, nacida el 27 de julio de 1739 en Ambax.
-      Jean Gilibert, (que fue el bisabuelo de Juan María Marclino), nacido el 22 de diciembre de 1741, casado con Jeanne Carrère, fallecido el 17 de agosto de 1806 en Ambax.
 Bernard Gilibert, nacido en 1752 en Ambax y fallecido el 17 de junio de 1832 en el mismo lugar.

 Juan María Marcelino encontró el amor con la señorita Paule Duchein, nacida el 21 de marzo de 1852 en un pueblo llamado Pointis Isnard, en las cercanías de Fustignac. Contrajeron matrimonio el 28 de noviembre de 1880 en la pequeña alcaldía de Fustignac. Hicieron un contrato de matrimonio ante el doctor Emile Martín, notario de la ciudad de Aurignac, cabecera municipal, y Juan María Marcelino, comisario de policía, era domiciliado en Issoire, Puy-de-Dome y la señora Paule Duchein, institutora, domiciliada en Castres Labraude, era la hija de Jean Pierre Duchein y  Jeanne Marie Chanfreau.

Paule Duchein tenía por lo menos dos hermanos; uno que fue terrateniente y el otro doctor en medicina.
 Juan María Marcelino Gilibert y Paule Duchein tuvieron un hijo único, llamado Louis Jean Paul, nacido el 8 de mayo de 1890 en Castres, Francia y fallecido en Bogotá.

 JUAN MARÍA MARCELINO GILIBERT  SU VIDA

Juan María Marcelino Gilibert estudió en el colegio de Fustignac y luego entró a estudiar derecho en la Escuela de Leyes de Toulouse. Desafortunadamente no  pudo seguir ni terminar su carrera, porque estalló la guerra y fue llamado por el ejército francés a pelear contra las tropas prusianas.

La hoja de servicios militares de Juan María Marcelino dice que:

Talla: 1 metro y 630 milímetros, rostro ovalado, frente descubierta, ojos castaños, nariz larga y grande, boca media, mentón grande, cabellos y cejas castaños, entró en el ejército francés en África, en Constantine en el trigésimo cuarto regimiento de línea, a partir del 13 de agosto de 1865, como reemplazo por vía administrativa del departamento del Cantal y por 7 años.

Aparece registrado como negociante en vino y domiciliado en Aurillac, en las cercanías de Fustignac. Llegó al cuerpo como granadero el 16 de noviembre de 1866, como tirador, y el primero de marzo de 1867 como caporal. Pasó al tercer Regimiento de Tiradores Argelinos el 4 de noviembre de 1867. Incorporado a partir del 12 de noviembre de 1867 como caporal llegado de los caporales del trigésimo cuarto Regimiento de Línea según decisión del gobernador general de Argelia en fecha del 4 de noviembre de 1867. Llegó al cuerpo el 19 de

febrero de 1868, como sargento el dos de enero de 1869. Sargento mayor en julio de 1871. Fue condecorado con la Medalla Militar, distinción francesa que pocos tienen el orgullo de poder ostentar, por decreto del 8 de agosto de 1871, No. 90081. Prisionero de guerra del primero de septiembre de 1870 en Sedan y evadido de las prisiones del enemigo el 21 de septiembre de 1870. Prisionero de guerra el primero de diciembre de 1870, en Courey , de nuevo evadido de las prisiones del enemigo el 3 de diciembre de 1870. De nuevo prisionero de guerra el 4 de diciembre de 1870 en Orleans,  y vuelto de las prisiones del enemigo el 9 de febrero de 1871. Reenganchado a las fuerzas en agosto de 1872.

El gobierno de Francia lo condecoró también con la Medalla Colonial No. 32.935 que muy pocas personas obtuvieron en dicha época.

Otra hoja de servicios militares dice que Juan María Gilibert estuvo en África del 25 de noviembre de 1865, 1866, 1867, 1868 al 14 de febrero en el trigésimo cuarto de Línea, en el Tercer Regimiento de Tiradores Argelinos en Constantine.

Participó en la campaña contra Alemania, que en la época se llamaba Prusia en Freschwiller del 19 de julio de 1870 al 4 de febrero de 1871. Luego de nuevo en África en Constantine del 9 de febrero de 1871 a 1872. Herido en una balacera el codo derecho el 6 de agosto de 1870 en la batalla de Freschwiller (Armada del Rín). Herido con metralla de granada en la pierna derecha el primero de septiembre en la batalla de Sedan, Armada del Rin; herido en una balacera el dedo pulgar izquierdo, con la pérdida del primer falange, el 2 de septiembre de 1870 en la batalla de Orleans, Armada de la Loire.

Juan María Marcelino Gilibert, según un documento de Constantine, Argelia, se retiró oficialmente de las fuerzas militares francesas el 22 de enero de 1874. Gozaba entonces de un sueldo anual de cien francos, como condecorado de la Medalla Militar y cesó de ser pagado por el ejército el primero de enero de 1874. El último pago que se le hizo es el del último semestre de 1873, cuando fue nombrado como comisario especial de policía en Uzerche, departamento de la Corrèze. Comienza entonces su vida en la Policía.

Juan María Marcelino Gilibert hablaba en esa época árabe y español  –debido a sus cercanías a España, donde se dice, según tradición oral familiar que fue a pasear de vez en cuando– y el dialecto del sur de Francia. Era republicano devoto, lo que algunas veces le causó algunas divergencias de opiniones con sus superiores, y gozaba de una muy buena cultura general. Dicen que tenía un carácter enérgico y emprendedor. Todas sus hojas de vida no dan sino elogios sobre el personaje: “El señor Gilibert es un excelente funcionario sobre el cual no he recibido sino las mejores informaciones. Inteligente, activo, enérgico, brinda grandes servicios donde su devoción es particularmente apreciada. Apreciación del prefecto: la autoridad judicial no puede sino alabar el celo y la actividad del señor Gilibert, como la certifica la hoja de vida de la ciudad de Flers donde estuvo.  Y todas las historias laborales de Juan María Marcelino relatan las mismas virtudes y cualidades.

 Juan María  Marcelino Gilibert estuvo como comisario en nueve ciudades de Francia que son:

-      Uzerche, en el departamento de la Corrèze, del 30 de octubre de 1873 al 24 de junio de 1875, como comisario especial de quinta categoría, donde gozaba de un sueldo de 1.440 francos.

-      Bort Les Orgues, en el departamento de la Corrèze, del 25 de junio de 1875 al 14 de junio de 1877, como comisario especial de quinta categoría, con un sueldo de 1.440 francos.

-      Brioude, en el departamento de la Alta Loire, del 15 de junio 1877 al 11 de febrero de 1878, como comisario principal de cuarta categoría, con un sueldo de 1.800 francos. Juan María Marcelino Gilibert aparece en un directorio de los Comisarios de dicha ciudad de la época.

-      La Tour du Pin, en el departamento de la Isère, del 12 de febrero de 1878 hasta el 11 de septiembre de 1879, como Comisario Especial de cuarta categoría, con un sueldo de 1.800 francos.

-      Marvejols, en el departamento de la Lozère, del 12 de septiembre de 1879 hasta el 13 de octubre de 1880, como comisario principal de cuarta categoría con un sueldo de 1.800 francos.

-      Issoire, departamento del Puy-de-Dome, del 14 de octubre de 1880 hasta el 30 de agosto de 1881, como comisario principal de cuarta categoría, con un sueldo de 1.800 francos. Unos detalles de la hoja de vida de Juan María Marcelino Gilibert de dicha ciudad es que hay unas anotaciones que dicen: fortuna personal, insignificante, pero su esposa tendrá más tarde 1.000 francos, nivel de instrucción y capacidades para este empleo: suficientes para este empleo; principios y opiniones políticas: con devoción al gobierno; merece un ascenso: sí.

-      Flers, en el departamento de la Orne, ciudad en la que permaneció más tiempo, durante su labor en la policía francesa, del 31 de agosto de 1881, Como comisario principal de tercera categoría, con un sueldo de 2.400 francos; del 6 de junio de 1884, como comisario principal de segunda categoría con un sueldo de 3.600 francos, y del 26 de agosto de 1887 hasta el 12 de junio de 1889, como comisario principal de segunda categoría, con un sueldo de 3.600 francos. Para resaltar un poco la hoja de vida de Juan María Marcelino, de Flers, fechada del 19 de enero de 1888, algunas menciones dicen que tenía un hijo de 9 meses, que entró en los servicios de la Policía el 30 de octubre de 1873, tenía una conducta muy buena y sin deudas y que tenía la confianza de las autoridades locales, dice también que la Prefectura no puede sino alabar el celo y la actividad del señor Juan María Marcelino Gilibert.

-      Castres, en el Departamento del Tarn, cerca de su ciudad natal, donde fue trasladado por decreto oficial del Ministerio del Interior el 13 de junio de 1889 hasta el 3 de marzo de 1891, como Comisario Central de segunda categoría, con un sueldo de 3.600 francos. Una anotación en su hoja de vida de dicha ciudad del prefecto, que dice: el señor Gilibert es un buen comisario central que brinda muchos servicios, pero que sin embargo sería mejor bajo los órdenes de un superior en una ciudad grande, como comisario de primera clase.

-      Lille, donde fue trasladado el 4 de marzo de 1891, como comisario principal de primera categoría, con un sueldo de 4.800 francos y donde permaneció hasta que aceptó su misión de organizar el cuerpo de policía de Bogotá. Al salir de dicha ciudad para emprender su labor en Colombia, recibió por parte de los periódicos tales como La Dépêche del 12 de agosto de 1891 y del Réveil du Nord del 13 de agosto de 1891, los mejores elogios y que mencionaban:

“Nosotros, comisarios de policía, nos enteramos que el señor Gilibert, comisario de la quinta localidad va dejar Lille para ir a Bogotá, capital de los Estados Unidos de Colombia (América del Sur). El encargado de los Asuntos de Colombia había pedido al gobierno francés un hombre que conozca el idioma del país y capaz de organizar en Bogotá el servicio de policía. El señor Gilibert ha aceptado esas funciones que desempeñará durante dos años; después volverá a su país al servicio de Francia. Felicitando al señor Gilibert, sentimos su ida. Será muy recordado en el popular barrio donde adquirió muchas simpatías en el poco tiempo que ejerció sus labores”.

Comienzan entonces sus preparativos para ir a Colombia.

En Colombia, ante la creciente ola de violencia y de inseguridad en Bogotá, el gobierno del doctor Carlos Holguín, entonces presidente encargado, sancionó la Ley 23 que contempla la contratación de unas personas competentes para reorganizar el cuerpo de Policía de Bogotá. Muchos fueron los candidatos, y de varios países, pero finalmente el Ministro del Interior de Francia, el señor Constans, a solicitud del encargado de Asuntos de Colombia, el doctor Gonzalo Mallarino, seleccionó a Juan María Marcelino Gilibert por sus méritos, sus conocimientos del castellano, para viajar a Colombia, con el fin de organizar dicho cuerpo de Policía de Bogotá.  Dicho contrato se ratificó a través del Decreto 1.000.

En un documento del Ministerio del Interior de Francia, fechado del 6 de agosto de 1891, está especificado que Juan María Marcelino Gilibert  acaba de aceptar su misión de ir a Bogotá a reorganizar el cuerpo de Policía de dicha ciudad. Se le dio un descanso de veinte días con el fin de hacer sus preparativos para el viaje en la mayor brevedad, ya que debe salir el 26 de agosto de 1891, fecha en la cual se embarcará del puerto de Burdeos con destino a Barranquilla. Desafortunadamente, los archivos de Burdeos de aquella época fueron destruidos en un bombardeo de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto fue imposible conseguir el registro de embarcación de Juan María Marcelino en el puerto de Burdeos. 

En cuanto a los archivos de llegada de pasajeros en el puerto de Barranquilla, a la hora actual no se ha podido saber con exactitud cuál es la entidad que tiene dichos archivos o si existen; por lo tanto, no ha sido posible definir la fecha exacta en la cual Juan María Marcelino piso el suelo colombiano, pero se piensa que llegó a Puerto Colombia, que era el puerto de llegada de los barcos de la época, entre el 4 y el 11 de septiembre, pero sin certeza. Emprendió entonces su viaje hasta la capital por el río Magdalena hasta Honda. Luego de Honda hasta Bogotá, en esa época los viajeros tenían que viajar en mulas. Juan María Marcelino disfrutó del paisaje. A su llegada a Bogotá, empezó su labor de organizar la Policía en Bogotá y el 5 de noviembre de 1891 se creó oficialmente el nuevo cuerpo de Policía Nacional.

Juan María Marcelino tuvo que hacer frente a muchas dificultades, pero siempre con energía, rigor, firmeza, perseverancia y con su experiencia adquirida durante todos esos años logró superar la situación y obtener el reconocimiento de la sociedad bogotana. Algunos documentos hallados hablan de sus dificultades con el medio periodístico, como lo estipula un artículo que apareció en el Demócrata de Bogotá, fechado del primero de junio de 1892, página 45, segunda columna y que dice “Cuando salió a la luz la hoja del señor Espinosa titulada: Denuncio de un grave atentado del ministro de Gobierno, que conocen todos nuestros lectores, fuimos sorprendidos con la noticia de que los policiales arrancaban los ejemplares que se ponían a la vista de todos, y de que se perseguía a los encargados por la imprenta de esa operación”.

Ese es solamente uno de los problemas con los cuales tuvo que hacer frente en aquella época Juan María Marcelino Gilibert.  Algunas cartas fueron encontradas y analizadas  hablando de los disturbios que ocurrían en Bogotá. Se encontró también una carta escrita por Juan María Marcelino al ministro del Interior aclarando las dificultades y la poca herramienta para devolver el orden y la disciplina en Bogotá. Durante su periodo como director del Cuerpo de Policía Nacional, muchas leyes, decretos y resoluciones se crearon con el fin de mejorar la seguridad de los ciudadanos colombianos.

Juan María Marcelino Gilibert ocupó el cargo de director de la Policía en 4 ocasiones: del 15 de diciembre de 1891 al 31 de agosto de 1892, luego del 15 de enero de 1893 al 19 de junio de 1898; después, del 6 de mayo de 1906 al 22 de julio de 1907 y finalmente del 9 de marzo de 1908 al 6 de agosto de 1909.

Por Decreto del primero de agosto de 1901, el gobierno francés nombró a Juan María Marcelino Gilibert, Caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor, una de las más altas distinciones, en reconocimiento de su servicio a Francia por sus méritos exaltados a nivel mundial, por su lealtad, empeño y celo al servicio de Francia. Dicha distinción le fue otorgada en los locales de la entonces Legación de Francia en Bogotá en una ceremonia grandiosa. Juan María Marcelino recibió su pensión de jubilación oficial por Decreto del  22 de febrero de 1900, donde relatan su tiempo de servicios tanto militares como civiles: servicio militar: 8 años, 2 meses y 18 días; servicios civiles: 25 años, 2 meses y 21 días. Pensión que gozará a partir del primero de marzo de 1899. Diario Oficial Francés del 6 de marzo de 1900. 

Juan María Marcelino Gilibert vivía entonces en una finca que tenía, frente al actual colegio Camilo Torres. Tenía también una finca situada en La Virginia, donde pasaba momentos en compañía de su hijo Louis Jean Paul y su esposa Paula.

Juan María Marcelino tuvo mucha correspondencia con sus familiares y amigos en Francia. Se tiene información de algunas cartas que escribía a su hermana Eugénie que hablaban de la administración de sus tierras por parte de un primo. Juan María Marcelino solamente una vez regreso a Francia, para arreglar el asunto de su pensión de jubilación y para la venta de las tierras que tenía en Fustignac y en los alrededores.


Juan María Marcelino Gilibert, nos dejó el 11 de septiembre de 1923, en su quinta la Gascuña, ubicada en la Cra 7 No. 723 en Bogotá a las 12.20 horas, a los 84 años, de una congestión pulmonar, no sin dejar una profunda huella en nuestros corazones. Su esposa, la señora Paula Duchein falleció el 2 de  febrero 1925 de una arterosclerosis de forma cardiaca, a las 9 p.m., a los 73 años de edad en la quinta la Gascuña, y el 3 de febrero del mismo año, la enterraron al lado de Juan María Marcelino en el Cementerio Central. Años más tarde, en 2001, los restos de Juan María Marcelino Gilibert y de Paula Duchein fueron trasladados a la cripta del Centro Religioso de la Policía Nacional, donde reposan en paz y con todo el mérito y la dignidad que se merecen. 



Citas Bibliografícas


  • Teniente (H) LARA Neira Santiago. septuagésimo octavo aniversario fallecimiento del Comisario Excepcional Juan María Marcelino Gilibert Laforgue .Academia Colombiana de Historia Policial. Cuaderno Histórico No. 8, páginas 33/41.
  • Historiador Bentzinger Jacky Paul. Genealogía de un gran personaje, Juan María Marcelino Gilibert, Academia Colombiana de Historia Policial. Cuaderno Histórico No. 10, páginas 31/44.
  • Un agradecimiento especial al señor General (r) Luis Ernesto Gilibert Vargas, por los valiosos aportes y anécdotas relacionadas con la vida de su abuelo Juan María Marcelino Gilibert, información que fue fundamental para la elaboración de este documento. 










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