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sábado, 19 de octubre de 2019

Teniente José María Hernández Vivas, Policía, Prócer y héroe desconocido en Colombia





Teniente José María Hernández Vivas
Policía, Prócer y Héroe desconocido en Colombia

José María Hernández nació en la vereda Guachá Municipio de Pupiales, Departamento de Nariño, el 19 de enero de 1892, fueron sus padres don Víctor Hernández y doña Rosario Vivas. Abuelos paternos don José María Hernández y doña Rosalía Rosero; maternos, don Javier vivas y doña Emperatriz Quiroz. Tuvo siete hermanos, entre ellos Fray Mateo de Pupiales, capuchino, ordenado en Barcelona España y Sor María Ezequiela, franciscana, profesora del colegio de Almaguer. Recibió nociones elementales de instrucción en la escuela rural de Tatambud. Luego los cumplió en el colegio de los hermanos maristas de Pupiales, se distinguió por su capacidad mental y su amor al estudio, pero pronto tuvo que abandonarlo y dedicarse a labores del campo.

Fotografía tomada de http://josemariahernandezvivas.blogspot.com/
En 1914, bajó hasta Puerto Asís en el primer grupo de colonos que engancho la misión capuchina. Hernández era un hombre tranquilo, respetuoso, honrado a carta cabal, y trabajador. En Puerto Asís se casó con doña Gregoria Iles y tuvo dos hijos, Sergio y Justina, vivía en casa propia y gozaba de la mejor predilección entre sus compañeros. No era comunicativo pero su rectitud y su sinceridad lo hacían generalmente simpático.

En 1930 fue incorporado en Puerto Asís a la sección de policía de la intendencia del Amazonas y destinado como agente al corregimiento de Santa Clara, a órdenes del corregidor Mayor Luis F Luna. Con este coopero patrióticamente a las instalaciones de Tarapacá, después de un año de servicio decidió establecerse por su cuenta en pequeños negocios de agricultura, ganadería, y regateo de víveres y mercancías.

José María Hernández en el litigio peruano

En los anales de la Cámara de Representantes se lee la siguiente información:

“Producido el asalto de Leticia el primero de septiembre de 1932, y un mes después de la ocupación de Tarapacá por los peruanos, el corregidor, su secretario y los demás colombianos allí residentes, se refugiaron en territorio brasileño, logrando sacar los archivos y armas del corregimiento, Hernández fue el último en salir, y se situó en Ipiranga, puerto cercano, sobre la misma orilla derecha del Putumayo. 

Se supo que el 1 de septiembre de 1932, se encontró en Leticia y tuvo que refugiarse en Brasil. Cuando las fuerzas colombianas llegaron a la frontera pletóricas de fervor patrio, fue el primero en ofrecerse voluntariamente, con la convicción de que sería útil a sus servicios a la causa sagrada de la patria, toda vez que él era conocedor de esas regiones.

Cuando en febrero de 1933, la expedición del General Alfredo Vásquez Cobo llegó a Tonantina, Hernández se presentó al general Efraín Rojas, y fue destinado por éste como ayudante de los que conducían el vapor Nariño.  Tanto este barco como en el crucero Boyacá y en el cañonero Barranquilla, presto la más eficaz colaboración, por su conocimiento del río, de los sitios y de la gente de aquella región. Quienes fueron entonces sus compañeros de armas, entre ellos el ex intendente del amazonas, señor Alfredo Villamil Fajardo, quien lo conocía bien, y destacaba su servicio hacia la patria.

El señor Villamil Fajardo lo había conocido en Leticia en noviembre de 1931. Hernández establecido en Tarapacá, había viajado a la capital de la intendencia para liquidar algunas cuentas y recibir un saldo del sueldo de policía le tenía encargado. El señor Villamil fajardo lo describió así: “blanco de estatura más que mediana, fornido, de aproximadamente cuarenta años de aspecto sencillo y taciturno, de poco hablar y con voluntad firme”. Hernández radicado definitivamente en Tarapacá, pues ya tenía sementeras y pastos donde mantenía algunas reses de su propiedad, compradas con lo que había ahorrado de sus sueldos.

En Tarapacá no se supo del asalto a Leticia sino el 20 de septiembre por unos cholos de los alrededores del Amacayacu, que huyeron al Cotuhé por un varadero que sale arriba de Tarapacá.

El 18 de septiembre sin noticia todavía de lo ocurrido, Hernández escribió al intendente Villamil Fajardo para solicitar de nuevo puesto en la policía de la intendencia. Y decía su carta: “me veo obligado a abandonar el comercio, por no dar resultado alguno” agregaba” le suplico me dé un puesto en la policía, ya sea para prestar servicio en este corregimiento o donde usted lo estime conveniente darme de alta, que seré estricto en el cumplimiento de mi deber”. Terminaba con esta información _. En la actualidad estoy levantando la casa de 18 metros de largo por 7.5 de ancho; esta empajada y se está arreglando el piso; además estoy abriendo más montaña para agrandar el potrero, con el fin de traer unas cuatro cabezas de ganado más. Es cuanto tengo.

De Ipiranga volvió a escribir al señor Villamil Fajardo, a la esperanza, el 25 de octubre de 1932, para darle valiosos informes y para expresarle su aireada inconformidad con lo que estaba sucediendo.

La letra era clara y firme, la ortografía muy deficiente, la frase rotunda, el espíritu altísimo. Esta última carta, lo pinta de cuerpo entero. Decía: “Aprovecho la ocasión para contarle como verdadero hijo de Colombia, la pésima situación en la que nos encontramos por el abuso que el Perú ha cometido queriéndose llevar nuestro pedazo de tierra que con tanto sacrificio habíamos recuperado. Nosotros salimos el 30 de septiembre, día en que pasaron cuatro embarcaciones peruanas, después de cuatro días que subió la América. Nos vimos obligados a abandonar el lugar al ver que el señor corregidor y secretario eran los primeros que bajaban. A mí me tocó estar hasta el 6 de octubre, bajando lo que pudiera de mi ganado. Casi perdí todo, y lo demás quedo botado, perdiendo mi tiempo, plata, etc.

Hasta la actualidad no estaba ocupada Tarapacá. Sabemos por un conocido que bajo de la esperanza, que en el  Yaguas hay 30 hombre armados con un cañón y una ametralladora, y que el Capitán que subió en la Libertad iba dejando la orden que ha todo colombiano que encontraran en el Putumayo lo pongan preso, y Rengifo le dijo que mejor sería matar de una vez, y le contesto que todavía no había orden. Los barcos mercantes están en el algodón, es cuanto le puedo informar.

“En este lugar estamos todos esperando el momento oportuno para ingresar a nuestras filas en defensa de nuestra Patria. Ojalá se digne darnos algún aviso por donde podamos ser más útiles, porque usted sabe lo que es el Brasil; no se puede ganar ni para la subsistencia. No por mí, pero los demás compañeros no tienen nada; si ha de haber guerra que sea pronta. Queremos vengarnos el ultraje que nos están haciendo: tener patria y hoy encontrarnos en patria ajena. Pero habrá un día que siquiera tengamos libres las aguas del Putumayo, para regresar, aunque sea en la última miseria, pero con la satisfacción que hemos cumplido un deber de colombianos” .


El Cacique Hilario y el indio Santiago traicionen a Hernández.

Recuperada Tarapacá por Colombia Hernández recibió del alto comando, en compañía de otro colombiano llamado Francisco Vargas la delicada comisión de subir el rio Cotuhé hasta Buenos Aires, con el objeto de ponerse al habla con el cacique Hilario Sánchez y determinar con él la situación de las tropas peruanas derrotadas en Tarapacá, de las lanchas Libertad y Estefita y de los aviones que constantemente amagaban por ese lado, etc.

SACRIFICIO DE JOSE MARIA HERNANDEZ

 Hernández y Vargas lograron llegar hasta la tribu del indio Hilario Sánchez y pasaron un día y una noche, pero el indio los traiciono, llamo a las fuerzas peruanas y los hizo capturar. Fueron conducidos inmediatamente a Leticia, allí después de una semana de prisión, Vargas pudo fugarse y pasar a Tabatinga; Hernández fue llevado a Iquitos, allí lo esperan los interrogatorios, las torturas y finalmente la farsa de un consejo de guerra. Y se le condenó a muerte por el delito de espionaje, que en las condiciones de Hernández no podía ser delito.  Sin embargo, los miembros del concejo, intelectuales descendientes de los pacificadores españoles consideraron darle un escarmiento. Y con toda la frialdad lo llevaron al cadalzo donde Hernández se le encaro al pelotón de fusilamiento. “Yo no me dejo vendar”, exclamo. Quiero ver al asesino frente a frente, reflejaba su serenidad. Tampoco quiso sentarse, de pie casi sonriendo esperaba la descarga.

En el momento de disparar los soldados, los detuvo con un ademan levanto la mano para imponer silencio y grito “Mi muerte le conviene a mi patria, Colombia sabrá vengarme”. La escolta disparo, y el Héroe paso al sitio donde comienza la historia. Ese hombre era un colombiano y murió como un colombiano, nos dijo el doctor vigil quien nos contó además como había impresionado ese valor y esa injusticia a los espectadores de Iquitos.

No se le probó que Hernández el cargo de Espionaje, pero aunque se le hubiere probado, no merecía la muerte, porque en la guerra civilizada, tan tremenda pena sólo se le aplica al traidor. Hernández no estaba siquiera averiguando secretos enemigos, sino estableciendo comunicaciones. Su fusilamiento fue un asesinato que mancha a sus victimarios y deja una aureola inextinguible en torno a la cabeza de este héroe.
No olvidemos su nombre ni su acción. Quien muere con la certidumbre de prestarle un servicio a la Patria, merece el recuerdo agradecido de las generaciones. así lo reconocen los peruanos, entre los cuales hay muchos que quisieran borrar de sus anales históricos ese crimen horrendo.

Repatriación de los restos de José María Hernández

Al expedirse la Ley 15 de 1940, el gobierno colombiano ordenó la repatriación de los restos de José María Hernández, que hoy reposan en el Cementerio Central de Bogotá en Mausoleo especial.

El 5 de diciembre de 1940 llegaron a Bogotá los restos de José María Hernández. La capital le rindió a los despojos del héroe un homenaje emocionado, en reconocimiento del sacrificio que hizo de su vida en aras del amor patrio.

 El presidente de la República doctor Eduardo Santos y su esposa Doña Lorencita Villegas de Santos asistieron a sus exequias que se realizaron poco después de las doce del medio día en el Cementerio Central donde los restos mortales de José María Hernández fueron depositados en una tumba situada a la izquierda de la capilla del cementerio. Allí se levantó posteriormente   un monumento con una placa conmemorativa que dice: “Colombia a José María Hernández, mártir de la Patria" .

Fotografías de la tumba de nuestro mártir.



A este prócer de la Policía Nacional de Colombia, paz en su tumba.

Fuente: historia tomada de la revista de la Policía Nacional de Colombia.