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jueves, 28 de noviembre de 2024

El papel de la Policía Nacional el 9 de Abril de 1948


Es un gran honor poder compartir en este blog, la investigación desarrollada por el señor Coronel de la Reserva de la Policía Nacional de Colombia Héctor Álvarez Mendoza, integrante del curso 21 de oficiales, Promoción "José Acevedo y Gómez" y Miembro de número de la Academia Colombiana de Historia Policial. 

Esta es su investigación:

El papel de la Policía Nacional el 9 de Abril de 1948

El pasado 9 de abril de 2024 se cumplieron 76 años del asesinato del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, suceso conocido como el "Bogotazo", que trae dolorosos recuerdos a los colombianos y que suele ser tema “tabú”, que los policías más jóvenes de hoy no han oído siquiera mencionar, los antiguos miran con desconfianza y la inmensa mayoría prefieren no tocar, ni de lejos. No obstante, conviene repasar facetas de un caso sobre–diagnosticado, aunque con evidente prejuicio en el caso del papel de la Policía Nacional en los acontecimientos, por lo cual, la Institución salió pagando los platos rotos y resultó tan severa como injustamente tratada a pesar de los elogiosos conceptos previos de los dos últimos presidentes de la República de ese entonces, el liberal Alberto Lleras Camargo y el conservador Mariano Ospina Pérez

Para recordarlo, conozcamos las opiniones sucesivas de uno y otro de los mandatarios citados. En nota del 9 de mayo de 1946 dirigida al Director General de la Policía Nacional, el presidente Alberto Lleras Camargo afirma:

“La Policía Nacional es hoy una de  las instituciones más respetables del país. Yo me siento francamente orgulloso de estar vinculado a sus progresos desde hace tantos años, en el Ministerio de Gobierno por dos veces y ahora como primer mandatario.  De la institución de otras épocas, impreparada, ineficaz y sectaria no queda ni el recuerdo. Ahora en este debate hubo momentos en que se quiso hacer  creer al público, aprovechando la candencia de las pasiones excitadas, que la Policía  tenía inclinaciones, unas veces en un sentido, otras en el contrario. Todos, al fin, debieron rendirse ante la evidencia de su serenidad, de su imparcialidad, de su rectitud, de sus esfuerzos constantes para conservar el orden y para mantener la seguridad de los asociados, luchando, como siempre, contra la falta de cooperación del público, que está comúnmente dispuesto a criticar sus actuaciones y que olvida sus méritos extraordinarios…” 

Mariano Ospina Pérez, presidente electo de Colombia, en alocución del 7 de mayo de 1946 expresó: 

“Deseo manifestar que la Policía Nacional ha venido cumpliendo con plena rectitud y eficacia, que honra a sus miembros, la misión de mantener el orden y salvaguardar  los derechos. Estos abnegados servidores del Estado también le han rendido su tributo a la patria y yo me hago intérprete del sentimiento colectivo al expresarlo así a la Nación.” 

Más tarde, el 18 de diciembre de 1946, el mismo Ospina Pérez en discurso en la Escuela de Policía General Santander, afirmó: 

“Ha sido fortuna para el país disponer de una Policía cuya lealtad a la Constitución y a las leyes la ha convertido en una de las instituciones más puras y respetables de Colombia”.

Dos años después de haber merecido tan cálidos elogios por su serenidad, abnegación, profesionalismo, pureza, imparcialidad, lealtad y respetabilidad, la Policía Nacional fue culpada a la ligera de pecados ajenos y sacrificada sin miramientos. ¿Qué pasó en tan corto lapso? ¿Pudo descomponerse con tal celeridad la “sal de la tierra”?. Esa es la razón de la sinrazón que pretendemos, si no absolver completamente, al menos favorecer con el beneficio de la duda entre los que aun hoy nos dolemos de una histórica injusticia. Claro que pretender definir una visión particular y precisa sobre acontecimiento de tal magnitud en un breve escrito, ajustado a los límites intelectuales de quien esto escribe, es algo iluso. El tema es tan absorbente como espeso, por lo cual, a pesar de la síntesis a la que es preciso atenerse en esta ocasión para exponer superficialmente el tema y agregar algunas conclusiones, debo anticipar el convencimiento de que la Institución fue injustamente culpada de omisiones de terceros, actitudes equívocas, comportamientos irregulares aislados de una insignificante proporción de policías desorientados y otra variedad de reacciones perfectamente explicables, dadas las características sociopolíticas de entonces.

Bogotá, con 350,000 habitantes, era sede de la Novena Conferencia Panamericana por lo cual era visitada por delegaciones de los países del continente. Era Director General de la Policía Nacional el Coronel del Ejército Virgilio Barco Céspedes, sin parentesco conocido con el ilustre ex presidente del mismo nombre. La gran mayoría de unidades de policía de Bogotá, llamadas Divisiones, estaban situadas en el centro de la ciudad, e igual que las iglesias, aglomeradas, “en fogón” dentro del área comprendida entre las calles 2ª a 13 y  las carreras  2ª  a  9ª, y otro grupo de unidades alejadas del centro geográfico y político, localizadas en la periferia de la ciudad. Esas Divisiones de Policía aisladas del centro estaban, por ejemplo, en la carrera 24 con calle 12, carrera 13 con calle 39, carrera 13 con calle 57 y carrera tercera con calle 28, sede de la Quinta División, comandada por el Capitán Tito Orozco Castro, un auténtico héroe policial, cruel e injustamente estigmatizado como revoltoso, expulsado y más tarde asesinado luego de injusta persecución. Sobre el rol del Capitán Orozco en esa fecha y su triste saga posterior, trataremos en próxima ocasión, pues consideramos nuestro deber hacer justicia a un auténtico héroe, víctima de interpretaciones tendenciosas y malos entendidos. La curiosa situación de aglomeración de los cuarteles de policía del primer grupo y el aislamiento relativo de las del segundo grupo, cobra importancia en la dinámica de los hechos sucedidos, especialmente en el caso de la Quinta División al mando del Capitán Tito Orozco Castro, como veremos después.

A la 1:05 de la tarde, al salir de su oficina del edificio Nieto Caballero en la carrera 7ª #14-35, el doctor Jorge Eliécer Gaitán (2), ex candidato presidencial, caudillo liberal y prestigioso abogado penalista fue tiroteado por Juan Roa Sierra, un oscuro desempleado, frente a multitud de ciudadanos de clase media y de emboladores, loteros y “zorreros” que tenían su centro de actividades en ese entorno, conocían personalmente al caudillo y eran sus furibundos partidarios. Los tres disparos se escucharon como truenos, lo que atrajo la atención de los transeúntes que se aglomeraron en torno al caído gritando:  "-Mataron a Gaitán, mataron a Gaitán…”

Cerca al sitio había varios policías en su ronda habitual, entre ellos el Sargento Ciro Efraín Silva y el Dragoneante Carlos Alberto Jiménez quienes al oír las detonaciones, acudieron presurosos al lugar del atentado. Allí sorprendieron a Roa Sierra mientras huía del lugar empuñando aun el arma homicida. Los policías, cumpliendo su deber lo retuvieron, desarmaron e intentaron protegerlo de la furiosa reacción del populacho, conduciéndolo al interior de una farmacia cercana. No obstante, los enfurecidos testigos forzaron la reja metálica del local, arrebataron al protegido de la custodia policial y lo golpearon con cajas de embolar, zorras de mano, patadas, puños, pedradas y bastonazos y a renglón seguido arrastraron sus despojos por la carrera séptima hacia el Palacio de la Carrera, sede del Gobierno Nacional, situado sobre la carrera 7ª con calle 8ª.

La noticia corrió como pólvora entre los bogotanos que escuchaban a esa hora las noticias radiales coreadas a grito herido por las pocas emisoras existentes en la ciudad, entre otras, el radioperiódico “Ultimas Noticias” en el que el locutor Rómulo Guzmán, con voz engolada y altisonante, escupió perlas de este calibre:

  “–Ultimas Noticias con ustedes. Los conservadores y el gobierno de Ospina Pérez acaban de asesinar al doctor Gaitán, quien cayó frente a la puerta de su oficina abaleado por un policía. ¡Pueblo, a las armas! ¡A la carga!, a la calle con palos, piedras, escopetas, cuanto haya a la mano. Asaltad las ferreterías y tomaos la dinamita, la pólvora, las herramientas, los machetes…”. Inclusive Guzmán describió la forma de preparar y utilizar un “coctel  molotov”.

Ni más ni menos. La falsa información, según la cual, un policía acababa de asesinar al popular caudillo, resultó clarísima para los seguidores de la emisora. Por el mismo medio se empezó a arengar a la creciente audiencia para que se armara con lo que se tuviera a mano y se saquearan las ferreterías, muy abundantes en el centro, especialmente en San Victorino, con el fin de vengar al líder, asaltar el Palacio Presidencial y tomar el poder por la fuerza. En ese entonces las ferreterías vendían armas de fuego y municiones, que se exhibían en las vitrinas junto con machetes, hachas, cuchillos, azadones, picas, martillos, destornilladores y toda clase de herramientas utilizables como armas letales. Exactamente eso hizo la multitud que asaltó las ferreterías y se armó de  todo lo que encontró a su paso. El resultado de los saqueos y la actitud  violenta de los amotinados queda en evidencia en una gráfica del conocido fotógrafo Sady González, en la cual aparece un grupo de 12 personas aparentemente de clase media, dado el aspecto de su vestimenta de sombrero, vestido de paño oscuro y corbata, que posan portando y empuñando 5 machetes, 4 enormes cuchillos de matarife,  1 sacacorchos,  1  coctel molotov, 1 palustre, 1 tubo,  1 martillo, 1 tijera de jardinero y  1  garrote.  En otra gráfica se aprecia a un ex presidente y a un futuro presidente de la república marchando hacia el Palacio Presidencial, escoltados por una turba armada de machetes y fusiles con bayoneta calada.

Los incendiarios hicieron de las suyas y condenaron al fuego edificios y archivos irreemplazables y hasta los gratos y ecológicos tranvías. Por cierto, hay versiones que sostienen que los tranvías municipales fueron quemados por instrucciones de empresarios particulares de transporte urbano que anhelaban las mejores y  más rentables rutas de los trenes y buses del municipio. Fueron saqueados e incendiados lujosos almacenes, joyerías y licorerías, de donde robaron, joyas, abrigos de piel y finos licores, consumidos a “pico de botella” por los asaltantes. Parece que la repentina embriaguez de los exaltados, más habituados a bebidas más campechanas como la chicha, el guarapo, la cerveza “Cabrito” y el aguardientes “tapetusa”, salvó la ciudad de mayores destrozos, pues el improvisado consumo de bebidas de rancio abolengo como el Cognac Napoleón Vieille Reserve XO, el whisky escocés de 18 o más años y las encopetadas champañas francesas hicieron estragos en los poco cultivados organismos de emboladores, mozos de cuerda y zorreros, que sucumbieron con colosales diarreas y literalmente pavimentaron con vómito y excremento las calles del centro de la ciudad.

Un saqueador en tal estado de “maluquera” es, por fortuna, un incendiario menos. El providencial aguacero de esa tarde hizo el bienhechor doble trabajo de apagar incendios y lavar la sangre y la porquería de la ciudad. La multitud enardecida, blandiendo machetes, hachas, varillas de hierro, puñales y garrotes, arrastraron el cadáver del magnicida hacia el Palacio Presidencial donde fueron repelidos por el Batallón Guardia Presidencial y algunos tanques. Las Divisiones de Policía, situadas en el área central, principal escenario de los desmanes, custodiadas a lo sumo por un par de agentes de guardia mal armados, fueron presa fácil de la enloquecida multitud de saqueadores que irrumpieron hasta los depósitos de armas y se apoderaron de viejos fusiles de dotación que encontraron a su paso. Cualquier resistencia hubiera resultado tan inútil como sangrienta, dadas la disparidad de fuerzas y la animosidad  de los amotinados.

A esa hora, muchos policías uniformados cumplían sus turnos de vigilancia y se encontraron intempestivamente en medio de las turbas de violentos revoltosos con ansias de vengar a su líder, asesinado por un policía, según lo repetía falazmente el locutor Rómulo Guzmán en el noticiero más escuchado de la ciudad en ese entonces. ¿Qué podían hacer los amenazados policías frente a una turba semejante? ¿Arrestar a los revoltosos?, ¿Intimarles captura? ¿Es lícito culparlos por tratar de preservar sus vidas uniéndose a los coros de enloquecidos revanchistas, tratando de disimular sus uniformes con trapos y distintivos de colores que los identificaran como simpatizantes de la enloquecida turba armada sedienta de sangre? Desde luego que no, pues el instinto de conservación justifica mecanismos de defensa que suelen estar en desacuerdo con los sentimientos y la razón, inaceptables en cualquier otra circunstancia, pero perfectamente lícitos en esta. 

Igual conducta observaron los policías de guardia en las Divisiones de Policía asaltadas por la misma multitud agresiva, dispuesta a matar y a hacerse matar. La inmensa mayoría de policías de servicio en Bogotá tuvieron comportamiento profesional, digno y valeroso, tal el caso de los defensores del Palacio de la Policía Nacional y quienes, como el Sargento Silva y el Dragoneante Jiménez, superaron sus explicables temores y en cumplimiento de sus deberes, retuvieron, desarmaron e intentaron proteger del linchamiento al magnicida Juan Roa Sierra.

Muchos de los improvisados comandantes de las Divisiones de Policía asaltadas abandonaron sus unidades y a sus subalternos, empezando por el propio Director General quien no logró cursar orden alguna a sus subalternos durante todo el desarrollo de los desórdenes, a pesar de haber permanecido encerrado en su despacho a pocas cuadras del lugar de los acontecimientos. Muchos agentes de las diferentes unidades de la ciudad eran  “arranchados”, o sea que vivían en los cuarteles por lo cual tales dependencias eran su única opción de refugio, seguridad, techo y comida.

El asalto y saqueo de las instalaciones significó la pérdida de sus “hogares”, por lo cual, desorientados y sin liderazgo visible que acatar, muchos optaron por dirigirse hacia una de las únicas instalaciones policiales donde se conservaba la integridad de organización y mando de la unidad, según se deducía de las informaciones radiales, que afirmaban que la policía se estaba reuniendo en la Quinta División de Policía, al mando del Capitán Tito Orozco Castro, situada en la parte alta de la ciudad, en la carrera quinta con calle veintiocho, con el propósito, según la sesgada óptica del incendiario y falaz locutor Guzmán, de asaltar el palacio presidencial y tomarse el poder. El problema es que tal falacia hizo carrera entre políticos y agitadores que vanamente buscaron apoyo en esa unidad policial para sus protervos propósitos. Hasta Fidel Castro visitó la Quinta División de Policía para “aconsejar” al capitán Orozco Castro sobre lo que debía hacer, “canto de sirena” que este ignoró como todo un profesional de policía, responsable de su unidad y respetuoso de la ley. Pero la suya, reitero, es otra historia que merece un análisis futuro más profundo, que explicaría algunas decisiones de gobierno que afectaron a la Institución en su momento.

En la tarde, desde la Radio Nacional, tomada por los revoltosos, se empezaron a divulgar arengas de una autoproclamada “Junta Central Revolucionaria” compuesta por conocidos políticos, entre otros, el exministro de trabajo y gobernador del Chocó Adán Arriaga Andrade, el rector de la Universidad Nacional Gerardo Molina, Jorge Zalamea, Carlos Restrepo Piedrahita, Carlos H. Pareja y el inefable y mentiroso locutor, Rómulo Guzmán, quienes anunciaron falsamente la caída del gobierno e hicieron eco a las arengas de  “Ultimas Noticias” sobre la supuesta participación de la Policía en el crimen, la urgencia de tomarse el poder y la necesidad de armarse con cualquier cosa, incluidas las armas de las divisiones de policía, que según tales afirmaciones especiosas, estaban siendo repartidas por la Policía, presuntamente solidaria con la revuelta.

No obstante, la conclusión anticipada es que la Policía Nacional, acéfala y sin doliente que defendiera sus probadas virtudes ni recordara los recientes elogios de los últimos gobiernos, cual cordero pascual, resultó víctima de la avalancha de malas interpretaciones, juicios sesgados de propios y extraños y la confusión propia de los momentos de caos y demencia colectiva vividos por la capital, que llevaron a  la gran mayoría de miembros de la alta dirigencia nacional a dar bandazos y a asumir actitudes ambivalentes y equívocas que ni el paso del tiempo ha podido disimular, aunque si callar pudorosamente y ocultar como oculta la basura bajo la alfombra una sirvienta perezosa.

Los 7 generales del Ejército, presentes en la ciudad, acudieron esa noche al palacio presidencial a proponer la formación de una junta militar y a ofrecer protección a la familia presidencial en el caso de su esperada huida de la sede de gobierno. Ospina Pérez, animado por la firma actitud de la Primera Dama, doña Bertha Hernández de Ospina rechazó esa solución y solo accedió a reestructurar el gabinete nombrando nuevos ministros, entre ellos a uno de los generales visitantes de esa noche, como ministro de guerra. Semanas más tarde, la Policía Nacional fue disuelta sin fórmula de juicio y reemplazada por la Policía Militar, a pesar de que la Institución, al contrario de lo que sí hicieron conocidos actores de esta tragicomedia, que salieron del trance sin un rasguño, nunca se pronunció contra el gobierno legítimo, no lanzó arengas radiales subversivas, no acudió a Palacio a exigir privilegios o cuotas de poder, ni a imponer juntas militares ni otras alternativas de gobierno al presidente Ospina y al sistema legalmente establecido. La Policía Nacional terminó cargando con las culpas ajenas. Es como si a los demás apóstoles los hubieran colgado por la deslealtad de un Judas o la negación de un Pedro. ¡Qué le vamos a hacer ..!. Pero así pasó lo que pasó…

Finalmente y para complementar esta gran investigación del señor Coronel  (RP) Héctor Álvarez Mendoza, les comparto el siguiente link del video publicado en youtube por el Periódico desdeabajo que  reconstruye a través de fotografías y entrevistas los momentos más importantes de la vida privada, política y profesional del líder popular Jorge Eliécer Gaitán, que se inicia con las especulaciones sobre la fecha y lugar de su nacimiento, hasta 62 días antes del 9 de abril de 1948, cuando pronuncia en la Plaza de Bolívar su célebre Oración por la paz, en protesta por la violencia de la época.

Link https://youtu.be/iSZnGtMHGCA?feature=shared




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