Mandar
significa estar investido un superior-jefe de poder o autoridad para obligar a
sus subordinados a hacer algo. La autoridad, que emana del mando, se define
como la "capacidad de hacerse obedecer'".
Aunque
en este esquema ideológico aparezca el mando, como una simple especie de
relación personal, la realidad cuando se pone en práctica resulta mucho más
complicada. Mandar es un gran problema humano por lo complejo de las relaciones
y condiciones que posee.
No
suele bastar con ser el titular de un puesto de mando o estar en él, hay que
procurar, a la vez, ejercerlo con dignidad, autoridad y eficacia.
TODO CAMBIA
Es
evidente que, como decía Heráclito, “todo cambia", incluso la forma de
ejercer el mando, y, máxime, en el inicio de una nueva era de la Historia,
mundial y nacional, en una etapa de discontinuidad, de transición, entre formas
de vida, de gobiernos y de estructuras estatales, que han de afectar,
profundamente, nuestra labor profesional.
El
aumento generalizado de la criminalidad en estos últimos tiempos, forzosamente
nos han obligado a una notable variación en la forma de ejercer la autoridad
policial.
Todo
el que ejerce mando debe tener mentalidad de cambio y capacidad para adaptarse
a él. Dirigir consiste en "mejorar lo existente". El origen del
cambio radica en el progreso técnico ya que, dicen algunos, "los hados
guían al que entiende y acepta; al que no, lo arrastran". En un mundo que
cambia, no se pueden mantener posiciones rígidas, aunque tampoco es razonable
destruir lo que existe sin tener una idea precisa y un plan concreto para su
sustitución. "Nunca el jefe debe considerarse insustituible ni su
organización la definitiva”.
CRISIS DE AUTORIDAD
Se
entiende por autoridad la persona revestida de algún poder, mando o
magistratura. Autoridad es también el derecho de hacerse obedecer.
Para
poder conocer la crisis actual, en nuestra civilización occidental, es preciso
un nuevo concepto y modo de ejercer la autoridad, que se halla tocada,
asimismo, de una innegable, alarmante y amplia crisis de confianza, que alcanza
a la vida familiar, profesional, académica, religiosa y política.
Esta crisis actual de autoridad se proyecta, con mayor intensidad. sobre nuestra secular institución policial. Muchos de los que integramos la Escala de Mando, llamados a ejercerla, mandamos sin convencimiento y parece que tememos exigir lo que es debido, llegando algunos, a dudar, incluso de la obligación de hacer valer su autoridad y de la necesidad de aplicarla.
No
basta sólo tener el poder de jefe - que esto lo da orden del nombramiento -,
sino también gozar de autoridad, conquistada entre los subordinados, que
aceptan de buen grado ser dirigidos, conducidos y guiados por el impulso y la
garantía de su líder-jefe querido. El privilegio de mandar y el orgullo de ser
obedecido se pagan con el riesgo que se asume.
Para
una comunidad organizada, es mucho peor la falta de autoridad que el exceso de
ésta, y un gran mal el que los dirigentes tengan miedo de actuar y hablar como
tales.
OBEDIENCIA Y CUMPLIMIENTO DEL
DEBER
Una
parte de los subordinados cree que su individualismo resulta afectado por la
obediencia profesional y confunden personalidad con rebeldía y la libertad
individual con su falta de solidaridad.
Es
evidente que con esta mentalidad - que no admite que “el cumplimiento del deber
es el primer oficio del hombre” y que no comprende que trabajar por un fin
común nos engrandece -, resulta difícil mandar y se obedece mucho peor. Todo
mando debe educar a sus subordinados en el sentido del deber, evitando así que
se diluya la responsabilidad.
El
"jefe", además de la obediencia y subordinación que le son debidas,
debe inspirar confianza para que el "subordinado" trabaje con fe y
entusiasmo, que elevan el rendimiento.
Cuando
el "subordinado" confía plenamente en su "jefe", le resulta
fácil el trabajo y consigue antes el triunfo. Para inspirar esta confianza en
el funcionario, el "jefe", ha de reunir una serie de cualidades
profesionales y morales que lo hagan acreedor a esa confianza.
AUTORIDAD CONQUISTADA, NO
IMPUESTA
A
nuestro juicio, es un craso error creer que con la dejación del ejercicio del
mando se consigue la aceptación y el afecto de los subordinados, pues si bien
es cierto que la autoridad no debe imponerse, sino mejor conquistaría, tampoco
es menos verídico que el buen funcionario, en el fondo, desea ser mandado si se
le ordena bien, porque no ignora que la orden justa, la fortaleza en el
servicio, la decisión prudente y el animo bien templado, son las llaves que
abren las puertas del éxito y buen hacer profesional.
Como
el tema es tan amplio y polémico, vamos a limitar nuestra participación a
definir el perfil que consideramos como condiciones mínimas necesarias para ser
un auténtico y verdadero "jefe", o, quizá mejor, líder del futuro.
MOTOR, NO REMOLQUE
Todo
mando debe ser una especie de motor, levadura, catalizador o estimulante que
hace trabajar y fermentar la "masa", que son los subordinados.
El
jefe es el obligado a dirigir, que es "hacer por medio de otros'",
motivar y guiar al funcionario para obtener un buen resultado. No es doblegar o
imponerse a otras voluntades, sino conquistarlas y adherirlas a los objetivos
del servicio, consiguiendo el pleno rendimiento de todos.
La
voz de jefe jamás debe ser "una voz que clama en el desierto", pues
necesita ser escuchado con respeto y obediencia -no ciega, claro es- pero debe
tener sentido de la oportunidad para plantear y prever los problemas, sin
dejarse sorprender por ellos. Ya hemos dicho que el jefe debe ser motor,
tractor..., pero nunca "remolque".
El
verdadero jefe, además de saber dirigir, ha de ser hombre capaz de formar,
estimular y conducir en equipo las tareas del servicio.
CAPACIDAD DE MANDO
El
líder-jefe aceptado por la mayoría- es siempre un conductor de hombres y un promovedor
de ideas, que cada funcionario hace suyas para conseguir el buen resultado
final del servicio.
Indudablemente,
para mandar bien a los demás, el jefe, ha de saber mandarse a sí mismo. Su
buena calidad - medida por los buenos resultados - viene dada más por su
capacidad para dirigir bien a sus subordinados que por el caudal de los
conocimientos específicos que posea.
La
capacidad de mando es la condición más esencial de un buen jefe. El que no sabe
mandar puede resultar ser un excelente especialista, un criminalista eminente,
un buen lofoscopista, un científico, pero nunca un verdadero jefe (conocemos
grandes especialistas, en diferentes técnicas policiales, que han fracasado
como dirigentes).
JEFE DEL FUTURO
El
saber ejercer el mando tiene mucho de arte - de ahí el título del trabajo-,
pues el jefe debe conocer muy bien la institución policial, prever sus
necesidades, buscar soluciones y conseguir siempre que lo posible sea
realizable. La imagen del jefe tradicional se ha desvanecido ya y es bueno
acostumbrarnos y motivarnos para vislumbrar el descubrimiento de una nueva
imagen: "el líder", hombre realista, de reflexión y de imaginación,
que debe sacudirse las viejas rutinas y poner su mirada, definitivamente, en el
porvenir corporativo, que buena falta nos nace.
Esto
jefe ha de ser, forzosamente, imaginativo y futurista para poder combinar los
hechos naturales en un orden distinto a la realidad.
"La
imaginación es más importante que el conocimiento”
PROTECCIÓN
El
jefe debe ser un protector nato del subordinado, de forma que en los éxitos
profesionales sepa recompensar con largueza y, en los fracasos, asumir la
responsabilidad. De aquí que al buen mando se le devuelve en estimación lo que
él ofrece en protección. No hay mando eficaz sin afecto y amor.
Los
subordinados, en general, esperan tener un buen jefe, pues todos tenemos
derecho a que se nos mande bien, pero el verdadero mando es más amado que
tenido porque, a la larga, sabe convertir al grupo en equipo de trabajo, cuya
eficacia se alcanza mediante una forma de autoridad aceptada, a través del
entendimiento entre el dirigente y los dirigidos.
La
responsabilidad consiste en asumir plenamente el éxito o fracaso de un
servicio, ya que es el yunque donde se forja y templa el auténtico jefe. Se
considera y es mal jefe el que no acepta sus errores y carga sus culpas sobre sus
subordinados que, en definitiva, se limitaron a cumplir sus órdenes.
SABER HACERSE OBEDECER
El
jefe debe ordenar con "modo", dando la impresión al subordinado de
que coopera más que obedece. Debe cuidar la forma de decir las cosas, que es
más importante, a veces, que el fondo y se olvidará de lo que es, pero jamás
consentirá que le olviden los subordinados, ya que, si descuida su condición de
mando, los subordinados olvidan pronto la suya.
Por
ostentar el poder, el jefe tiene gramo derecho a mandar, pero la medida de su
autoridad nos la dará el talento de hacerse obedecer. Mandar no consiste sólo
en dar órdenes, sino hacer que éstas se ejecuten. Lo primero es muy fácil; lo
segundo, no.
El
jefe será cortés, pero nunca pretenderá contentar a todos, ya que así no dará
gusto a ninguno. Debe darse la razón a quien la tenga y negarla a quien carece
de ella.
PERSONALIDAD
La
responsabilidad no es otra cosa que la manera de ser, estar y comportarse de
una persona. Muchos rasgos de esta personalidad, físicos, síquicos,
espirituales, intelectuales y morales, provienen del "yo (elemento
interno) y otros de la circunstancia (elemento externo).
Mandar
es siempre difícil porque no hay teoría que nos diga la forma de mejor hacerlo.
Por regla general, es la personalidad del jefe la que marca el estilo de su
mando y el modo de ejercer su autoridad, por lo que siempre existirán modos o
estilos diferentes, según sea el temperamento o personalidad de cada jefe. Por
esta misma causa, las posibilidades de cambio, en un jefe, son limitadas, pues
si bien es fácil mudar de técnica y de conocimientos, no resulta igual cambiar
de temperamento y estilo.
El
que manda está obligado a ser ejemplo de entrega al servicio y a conseguir la
convivencia.
ORDENES CLARAS
Las
órdenes serán claras, precisas, comprensibles y que puedan realizarse, evitando
que su redacción trate de esquivar posibles responsabilidades, ya que lo que no
está claro y definido es muy difícil de cumplir. Cuando una orden redunda sólo
en el exclusivo beneficio del jefe, su fin queda desnaturalizado y obedecerla
es esclavizarse. Para mandar a otros es preciso dominarse a sí mismo y juzgarse
con equidad. Quien no sabe obedecer, tampoco sabe mandar.
Las
órdenes han de reunir dos requisitos: idoneidad
y legalidad. El primero hace relación al contenido, y el segundo, a su formalidad.
La orden, verbal o escrita, ha de contener un mandato realizable, expreso,
claro y preciso. El mandato es un acto de autoridad que no se compagina bien
con el jefe de estilo dubitativo y timorato.
COMUNICACIÓN
Tampoco
debe el jefe encerrarse en su despacho como si éste fuera su torre de marfil.
El puesto de mando será siempre transparente para ver y ser visto con los
correspondientes canales de comunicación por donde fluya la información como
savia vivificante que nutre la eficacia de los Servicios.
El
ambiente de cordialidad. convivencia, confianza y amistad, que algunos jefes
saben crear a su alrededor es siempre favorable para la buena marcha del
servicio. De aquí que es bueno el trato deferente del jefe al funcionario, sin llegar
a incurrir en familiaridades peligrosas.
Todo
mando debe dar la sensación de que usa sus sentidos y, por ello, de que no es
ciego, ni sordo, ni tonto, ni miedoso, ni débil, porque a todo funcionario le
gusta saber lo que opina su jefe, incluso de él mismo y del servicio que presta
a la sociedad.
Las
reuniones, charlas y cambio de impresiones periódicas. contribuyen siempre a
garantizar la convivencia y crear un clima de lealtad entre el jefe y sus
subordinados.
Como
el tema es tan amplio, ha de quedar incompleto, por lo que concluimos con las
palabras escritas ya, en el teatro griego, por Eurípides de Salan Salamina, que
recordaba a los Jefes de su época:
'El
que manda, recuerde tres cosas:
(1)
Que manda a hombres
2)
Que debe mandar según Ley
(3)
Que no mandará eternamente".