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viernes, 28 de febrero de 2025

ORIGEN Y EVOLUCIÓN DE LA POLICÍA EN EL MUNDO

 

ORIGEN Y EVOLUCIÓN DE LA POLICÍA EN EL MUNDO

La función de la Policía

Poco a poco la humanidad fue evolucionando, pasando por las etapas de la familia, el clan y la tribu. Así vino el hombre a conocer el derecho de propiedad, cuando el patriarca le fue señalando el brazo de tierra que le correspondía a cada cual y que debía defender y conservar.

Al desarrollarse estas agrupaciones, fueron acentuándose los instintos humanos de bien y de mal y, como consecuencia, el más fuerte se impuso al más débil interfiriendo sus derechos. Por aquel entonces la primitiva organización social sólo podía ofrecer como estatuto jurídico lo que se conoció con el nombre de la "Ley del Talión", o sea la venganza proporcionada y que se hizo célebre con la sentencia "Ojo por ojo y diente por diente".

Código de Hammurabi: en él se encuentra una de las versiones más antiguas de la ley del talión.



Llegaron luego las civilizaciones egipcias, griegas y romanas, que dieron a la humanidad principios de justicia, legalidad y derecho, de los cuales se conserva aún una gran parte en los códigos que rigen en las sociedades modernas.

En la India

El Código de las leyes del Manu, cuyo origen se remonta a los años de 1280 y 800 a. de C., contiene casi toda la legislación de la India brahmánica. En dicho Código están sancionadas varias infracciones de carácter policial como la bebida de licores espirituosos, los atentados contra el pudor, el fuego y la destrucción de hitos. Aún más, el artículo 256 de su libro IX, que trata de las «Leyes civiles y criminales», dice textualmente: «El rey, proporcionándose buena policía, de la que se ha de servir como de sus propios ojos, debe distinguir las dos clases de ladrones que se apoderan de los bienes ajenos, unos públicamente y furtivamente otros». Las disposiciones sabias que en aspectos tanto de justicia como de policía se encuentran en este código, aún están vigentes en las legislaciones de algunos países.


Entre el 200 a.C. y el 100 d.C. fue escrito el Manu Smriti o Código de Manú y se crearon las cuatro grandes divisiones hereditarias de la sociedad
india, hoy todavía vigentes: brahamanes, chatrias,vacias y parias

En Atenas

Mediante la legislación de Solón del siglo VI a. de J. se dio una especial importancia al concepto de Estado, como también a los prefectos, funcionarios de gran utilidad en bien de la conservación del orden público. Como consecuencia de esta legislación, la vigilancia policial no sólo se extendía al control de la delincuencia común, sino que, además, cuidaba las vías públicas, los mercados y demás sitios de afluencia popular.

En Roma

El principio de seguridad social, desde la fundación de Roma hasta el establecimiento de la República (año 510 a. de C.), estuvo a cargo del imprevisible juego de los ejércitos. En consecuencia, el Estado implantó normas para el establecimiento de un primer sistema de policía, con funciones materiales de prevención y misiones de responsabilidad como la custodia de los archivos del Estado y la ley creadora del Tribunado, los cuales reposaban en el templo de Ceres.

Conforme lo anota Álvaro Castaño Castillo en su obra  La Policía: su origen y su destino”, este es el legítimo antecedente con que el Estado, después de 20 siglos de evolución continua, confiere a la policía contemporánea la guarda de la paz, el orden y la legalidad.


El sistema de los ediles constituyó el primer movimiento defensivo de la ciudad social contra las extralimitaciones de sus ciudadanos. La única facultad coercitiva consistía en la imposición de multa a los infractores de las órdenes verbales o de las escritas, que se expresaba por medio de bandos y ordenanzas. El dinero percibido de esta manera era empleado en obras de ornato público y para subvenir los gastos de los espectáculos.

Este primer intento de un régimen de vigilancia tuvo lugar hacia el siglo II a. de C. y fue una de las últimas expresiones sabias y perdurables de la República romana. En los años posteriores se extinguieron gradualmente las instituciones más importantes, y aun esta de los ediles se tornó inoperante cuando de sus funciones sólo subsistió la vigilancia de los juegos públicos, que constituían la atracción dominante de los romanos en su primera decadencia.

Luego surge una milicia municipal: los diogmitas, a quienes les correspondía capturar a los sospechosos, organizar pesquisas, tomar declaraciones provisionales y custodiar a las personas sometidas a proceso criminal; esta organización parece ser el origen de la policía "secreta".

Ya por el año 27 a. de C., Augusto, primer emperador de los romanos y uno de los más sagaces mandatarios de todos los tiempos, se encontró una decadente entidad policial integrada por un escaso número de funcionarios, a quienes cooperaban algunos centenares de esclavos, sin eficacia ni dignidad. 

Augusto

En virtud de ello, se dio a la tarea de tecnificar la Policía mediante la previa selección de sus miembros, para lo cual delegó sus atribuciones en un grupo de magistrados que recibieron el nombre de praefectus Urbi, quienes asumieron la responsabilidad de mantener el orden público y la seguridad política de la ciudad. A los miembros de esta policía ya tecnificada, se les denominó vigiles, que no podían ser esclavos sino hombres libres y capaces y constituyeron una organización de eficientes y positivos servidores. Sin embargo, en forma desafortunada, los sucesores imperiales de Augusto no prosiguieron esta tarea de perfeccionar el servicio de los abnegados vigiles sino que prontamente los fueron convirtiendo en espías e instrumentos del palacio y, de hecho, de las intrigas de carácter político.


PRAEFECTUS URBIS

El cargo, establecido durante la época real de Roma por el propio Rómulo, se mantuvo en las épocas republicana e imperial, y sobrevivió en Roma a la caída del Imperio Romano de Occidente. La última atestación de un Praefectus Urbi data del año 599.

Originalmente indicado como "Custos urbis" (Guardián de la ciudad), el cargo fue indicado por primera vez como "Praefectus urbis" en la época de los decenviros en el 451 a.C. quienes eran responsables de: escribir leyes con imperium consular, juzgar disputas, asistir a los sacrificios, distribuir tierras.

Años más tarde esta institución volvió a tener manifestaciones de resurgimiento cuando asumió el gobierno de Roma el emperador Constantino, pero, a su muerte, dicha entidad tornó a ser motivo de persecuciones sectarias y su decadencia se prolongó por muchos años.

En la Edad Media

El poder de la policía fue casi anulado y, como consecuencia de las guerras y luchas encarnizadas entre los pueblos, su función se confundió con la de los ejércitos. En el año 770, cuando se había consolidado la autoridad papal en el Sacro Imperio Romano Germánico y Carlomagno se esforzaba por inspirar sus medidas en un criterio de serenidad que impusiera el orden público a toda costa, se volvió a legislar sobre Policía. 

Carlomagno

El emperador expidió una serie de disposiciones drásticas, denominadas Capitularios, que se refieren a diversos aspectos de la policía general: los mercados y ventas públicas de toda clase, fueron materia de reorganización especial. Los sepelios quedaron sujetos por primera vez, a un régimen que consultaba la salubridad pública. Todos los ciudadanos debían someterse a precisas condiciones de prevención en tiempo de hambre y de epidemia. Se regula-ron las pesas, las medidas y los precios de granos y ganados. En lo referente a vigilancia urbana no se organizó ni reglamentó. Fue así como se olvidó bien pronto el incompleto esfuerzo que realizara Carlomagno y, de hecho, recrudeció la anarquía.

Por ese tiempo el pueblo normando establecido en Francia, ante la situación de abandono de los derechos individuales, impuso un sistema de policía altamente represivo, determinado para restablecer la seguridad a expensas de la libertad. Los derechos individuales, que en un plano teórico pudieran existir, fueron restringidos violentamente por medio del "Reglamento de policía".

Ese tono de severidad, característico de los normandos, fue llevado a Inglaterra, alrededor del año 1046. Se debe a esta influencia inicial el fundamento histórico de la policía inglesa.

Se llega al siglo XIV, cuando el rey Carlos V instituyó una policía con el fin de «aumentar el bienestar y la seguridad de su pueblo». Pero esta fuerza se convirtió en instrumento de opresión. Más tarde cuando Luis XIV ocupó el trono francés, metodizó y robusteció en gran parte las facultades de la policía.

Carlos V

Pero fue a partir de la Revolución francesa cuando la policía comenzó a alcanzar verdadera importancia dentro de las organizaciones estatales y sociales. Separada del ejército, se le ha venido señalando funciones definidas y finalidades precisas que día a día se perfeccionan notablemente.

Resumiendo, en la Edad Media la policía fue un instrumento al servicio de los señores y los reyes, distinguiéndose por la crueldad de sus procedimientos y el terror que inspiraba. La ronda fue un servicio policial típico en esta época, sin que se constituyera previamente un Cuerpo de Policía sino grupos para amenazar tanto a las personas como a sus bienes.

En Inglaterra

Antes de la invasión de Guillermo el Conquistador a Inglaterra por el año de 1046, en Londres existía un sistema de vigilancia establecido por los reyes sajones, que presentaba la peculiaridad, registrada por primera vez en la historia, de que sus funcionarios fueran parcialmente voluntarios.

En un principio los guardias eran nombrados por los parroquianos, que señalaban a los más fuertes, en votación pública y libre. Si alguno de éstos no cumplía bien sus funciones o se retiraba del Cuerpo, era reemplazado por un servidor voluntario.

La población era dividida en centurias y éstas en decenas, o compañías de diez dueños o propietarios, que ejercían sus funciones en asocio con sus familias, siendo el jefe de estas decenas responsable de enfrentar las perturbaciones que se presentaran dentro de su zona y de la captura de los criminales que se sorprendieran dentro de ella. Los cabezas de decenas nombraban al jefe de centuria, de quien dependían, el cual era llamado también juez de paz y tenía competencia para juzgar los casos denunciados por sus subalternos y, en general, por los ciudadanos.

La primera institución que tuvo funciones realmente policivas tuvo su origen bajo el reinado de Eduardo III (1327-1377), quien organizó los guardianes del orden o condestables, a quienes se atribuía el mantenimiento del orden público y la aprehensión de los delincuentes, sin perjuicio de las responsabilidades solidarias.

Eduardo III
En Francia

En el año de 1032 se instituyó el cargo de preboste de París desempeñado hoy con el nombre de prefecto de Policía. Dicho funcionario era, al mismo tiempo, presidente del Tribunal Civil de Justicia, jefe de Policía y comandante Militar. Cuando presidía el Tribunal lo hacía con la toga de magistrado y cuando marchaba a la cabeza de las tropas que comandaba, portaba su espada, insignia de mando y dignidad.

Esta autoridad civil y militar de que estaba investido se hacía más ostensible en las grandes ceremonias por los ornamentos y la pompa con que aparecía en público.

El preboste de París en un comienzo era designado por el soberano, pero esta modalidad lamentablemente cambió y tal cargo empezó a comprarse, lo que hizo que fuera ocupado por individuos sin preparación que sólo anhelaban lucrarse. Bajo el gobierno de Luis IX se puso término a esta situación nombrándose en dicho cargo a un distinguido caballero, probo y capaz, llamado Etienne Boileau, autor de la primera colección de ordenanzas de policía.


Etienne Boileau

Aparte de las rondas que fueron características de la Edad Media, existieron otros funcionarios de policía que cooperaban con los prebostes, como auxiliares de la justicia criminal: eran los comisarios, que no sólo colaboraban en la instrucción de los procesos y en la investigación de los delitos, sino que también recorrían las calles con el fin de ejercer vigilancia policiva.

En 1321 se agregó al preboste de París un lugarteniente civil, para que conociera de todos los asuntos civiles. En 1343 se creó el cargo de lugarteniente criminal, el que además de tener jurisdicción para juzgar los asuntos de carácter penal, tenía la responsabilidad del mantenimiento del orden y la seguridad de la ciudad. En estas circunstancias el cargo de preboste dejó de tener atribuciones judiciales y policivas y pasó a ser meramente honorífico.

En la Edad Moderna

El progreso que experimenta la humanidad en esta época no alcanzó a la policía, debido a las continuas guerras religiosas y a la absorción por el monarca de todos los poderes y funciones del Estado. De ahí que el avance, en cuanto a organización de entidades policivas, fuera relativamente escaso.

En la actualidad

Hoy en día existen instituciones policivas en todos los países del orbe, especialmente de tipo preventivo; algunas son de carácter civil y otras de corte militar, pero todas dedicadas exclusivamente a la función policial. Sus integrantes son seleccionados y se forman en escuelas policiales, en las que se les instruye con amplio sentido profesional, de modo que sus actuaciones se encuadren dentro de la norma del Derecho y constituyan una garantía de seguridad personal y colectiva.

ORIGEN DE LA PALABRA POLICÍA

La palabra Policía o "Polis" designaba para los griegos "La Ciudad", como conjunto ciudadanos o polités. De aquí la "politeia", o sea, en abstracto, lo perteneciente a la ciudad y a sus ciudadanos. 

Platón escribió una obra, uno de sus célebres Diálogos, con el nombre de "Politeia", como quien dice "la República", concepción filosófico-literaria de un estado ideal, sistema orgánico de la Justicia para los ciudadanos.

Fragmento de la República de Platónpapiro hallado en OxirrincoEgipto.

Los romanos, que asimilaron toda la cultura helénica con comprensión y fervor ejemplares, tomaron la misma voz "Pólis", y de "politeia", hicieron "politia", fuera de otros abundantes derivados como 'politicus", "metrópolis".

Al formarse el romance castellano, y sobre todo cuando llegó al apogeo de su perfección, volvió a presentarse la clásica "politia", ahora bajo la forma "policía", con el mismo sentido latino de buen orden y gobierno que se guarda en las repúblicas y ciudades. Lope de Vega escribía en una novela que se intitula "El peregrino en su patria": "Llegaron a Sevilla, ciudad en cuanto mira el sol bellísima por su riqueza, grandeza y majestad, trato y policía"

Andando el tiempo fue menester, para lograr ese buen orden ideal, crear organizaciones que pudieran llevarlo a la práctica, vigilando a los ciudadanos para someterlos a las leyes y para garantizar a todos sus derechos. Surgieron entonces los cuerpos de policía, entidades de gran trascendencia en la historia de muchos pueblos. El nombre ahora se concreta y viene a decirse Policía, Policía Nacional, para designar a esos cuerpos de tanta importancia en las repúblicas modernas. Mas como era menester que esas instituciones tuvieran en su organización, y para el cumplimiento de sus fines, ejecutores inmediatos de las ordenanzas y disposiciones legales, se creó en el lenguaje la expresión "agente de policía".

El uso lingüístico, caprichoso en esto como en tantas otras cosas, siguió entonces dos caminos para la significación de ese complejo expresivo: tomó el primer elemento y dijo: "el agente", "un agente", "señor agente", o bien prefirió el segundo componente y empleó "el policía", "un policía". Llegamos así en esta historia desde la concepción platónica de la Politeia, hasta el individuo que en la república moderna tiene tan concretos deberes relacionados con el mantenimiento del orden público y la seguridad de los ciudadanos.

¿Quién hubiera creído tan notable origen para el humilde y abnegado policía!

Pero hay que tener presente que en España el proceso siguió un rumbo distinto y se prefirió denominar allí a los agentes del orden público no con el nombre de policías, como entre nosotros, sino con el de "guardia civil", o simplemente "guardia". Aunque también la palabra ha tenido un empleo similar, que en un principio reprochaba el uso de policía por "corchete", "alguacil” pero el mayor conocimiento de la lengua pronto lo hizo desistir de su dogmatismo.

Otras lenguas vecinas del español le han dado en préstamo palabras designativas de la misma realidad, las cuales han logrado mayor o menor fortuna en nuestros dominios. Del francés se tomó el "gendarme (agente de armas)" y el "polizonte" (polisson), de la misma raíz, pero con un matiz particular despectivo. Existe también la voz policial, no aceptada por la Academia Española, pero de algún uso en América. Y nos llevaría muy lejos seguir acumulando los derivados etimológicos a los sinónimos abundantes que a este propósito se ofrecen.


Fuentes  documentales y electrónicas consultadas:

Historia de la Policía Nacional de Colombia, editorial Planeta, tomo VI, Paginas 23 a la 29.

Historia de la Policía en Colombia, Capitán Hernando Medina Aldana, año 1966, paginas 19 a la 28. 

https://es.wikipedia.org/wiki/Polis

https://es.wikipedia.org/wiki/Rep%C3%BAblica_(Plat%C3%B3n)#:~:text=La%20Rep%C3%BAblica%20(en%20griego%2C%20%CE%A0%CE%BF%CE%BB%CE%B9%CF%84%CE%B5%CE%AF%CE%B1,o%20parientes%20del%20propio%20S%C3%B3crates

https://es.wikipedia.org/wiki/Ley_del_tali%C3%B3n

https://es.wikipedia.org/wiki/Augusto

https://es.wikipedia.org/wiki/Carlomagno

hhttps://www.ecured.cu/images/7/78/EduardoIII.jpeg

ttps://www.romanoimpero.com/2022/03/praefectura-urbana-prefettura-urbana.html?m=0&hl=en

martes, 7 de enero de 2025

General José Aníbal Mazabel, un director de la Policía Nacional borrado de la historia.

 



Nuevamente tengo en honor de compartir en este blog, el trabajo investigativo desarrollado por el señor Coronel de la Reserva de la Policía Nacional de Colombia Héctor Álvarez Mendoza, integrante del curso 21 de oficiales, Promoción "José Acevedo y Gómez" y Miembro de número de la Academia Colombiana de Historia Policial, el cual denominó:

“Un director de la Policía Nacional borrado de la historia”

Corría el año 1909 en una Bogotá montuna y gris de calles estrechas y empedradas, frecuentadas por mujeres tocadas de pañolón oscuro y alpargatas, hombres también grises y cabizbajos, con sombrero tipo “pelo de conejo” y enruanados hasta las orejas, tales aquellos fríos paramunos despiadados y persistentes, de esos que ya no regresaron a estos lares, tan castigados hoy por calamidades nuevas como el calentamiento global y las manifestaciones “democráticas” de cuanto vándalo sindicalizado que decide mancillar sus calles y paredes con toda suerte de mamarrachos y grafittis. Gobernaba el país el general Rafael Reyes, patricio conservador quien había accedido al poder en 1904 en un proceso electoral sin participación liberal y quien ejerció un mando autoritario y firme que le valió el calificativo de “Dictadura Reyista” entre sus contradictores y de “Quinquenio Reyista” entre sus áulicos y copartidarios, quienes nunca le perdonaron que hubiera vinculado a su gobierno a los caudillos liberales, los Generales Rafael Uribe Uribe y Benjamín Herrera, sus enemigos en la reciente Guerra de los Mil Días.

No obstante, durante su gobierno, el General Reyes logró enderezar el rumbo de las calamitosas finanzas públicas, lo que le permitió adelantar algunas obras como el ferrocarril a Girardot y concretar la fundación en 1907 de las Escuelas Militar de Cadetes y Naval de Cartagena y más tarde de la Escuela Superior de Guerra en 1909. Fue precisamente el General Uribe Uribe quien tuvo a su cargo la contratación de la misión militar chilena compuesta por los Mayores Francisco Javier Díaz Valderrama y Pedro Charpin Rival, el primero de ellos Coronel honorario del Ejército colombiano, fundador y primer Director de la Escuela Militar de Cadetes donde tuvo a su cargo la formación de ochenta “caballeros cadetes” con la colaboración de una planta de instructores colombianos, entre ellos los mayores Anibal Angel y Manuel Arturo Dousdebés, los capitanes Aníbal Valderrama R, Alfredo Laverde, Manuel Ortiz Castillo y Alejandro Uribe, los tenientes Luis Acevedo y Gabriel Zamudio y los subtenientes Eduardo Bonitto Vega, Agustín Mercado y Alfonso Escallón.

El Mayor Díaz Valderrama se educó militarmente en Alemania, donde sirvió como Capitán en el Ejército Imperial Alemán, por cuyos servicios fue condecorado en dos ocasiones por el Kaiser Guillermo II. Luego de su misión en Colombia regresó a su país donde alcanzó el grado de General de División y ocupó el cargo de Inspector General del Ejército chileno, institución de la cual se retiró en 1930. Durante los prolegómenos de la segunda Guerra Mundial fue apasionado seguidor de Adolfo Hitler, cultor de las teorías nazis, convencido antisemita y más tarde, fundador del Movimiento Nacionalsocialista chileno, por lo cual fue elogiosamente destacado en el periódico alemán “Völkischer Beobachter”, órgano oficial del partido nacional socialista.

Un buen día el General Rafael Reyes encargó de la Presidencia de la República a su copartidario el General Jorge Holguín, luego lió sus bártulos y emprendió viaje a Europa. Camino a la costa renunció al cargo el 27 de Julio, por lo cual el Congreso eligió como sucesor al General Ramón González Valencia, conservador de tendencias moderadas quien anunció que en su gabinete nombraría a los liberales Joaquín Samper como ministro de Hacienda y al General Benjamín Herrera en la cartera de Obras Públicas. Esta decisión, anunciada antes de su posesión, programada para el 4 de agosto de 1909, cayó muy mal entre las huestes conservadoras, lideradas por los generales Edmundo Cervantes, ministro de Guerra, Nicolás Perdomo, Comandante del Ejército y José Aníbal Mazabel, General del Ejército y Director de la Policía Nacional, presuntamente respaldados por los efectivos de la Policía Nacional y de las unidades militares  acantonadas en Bogotá, en este caso los batallones 1o, 3o y 17, comandados respectivamente por el General Martín Antía Moriones y los coroneles Clímaco Bueno y Calixto Medina, respaldados por el General Enrique Arboleda Cortés, apodado “Arboloco”, Jefe del Estado Mayor General y suegro del presidente Jorge Holguín, quienes acordaron “amarrar” al General Ramón González Valencia para impedir su posesión en la Presidencia y frustrar así el acceso de los liberales al nuevo gobierno.

Aparentemente los complotados “mataron el tigre y se asustaron con el cuero”, pues el mismo 4 de agosto realizaron movimientos que resultaron al menos equívocos, pues, por ejemplo, el General Nicolás Perdomo, comandante del Ejército, quien en ocasiones se hacía llamar “Generalísimo”, resolvió visitar sus unidades para inducir la actitud de sus tropas, entre ellas el batallón 17, acantonado como el 1o y el 3o en los llamados “Cuarteles de Arriba” en la Plazoleta de San Agustín, en el sitio que hoy ocupa el edificio de los Ministerios, donde el subteniente Tomás Concha tuvo la presencia de ánimo de dar un paso al frente de la formación y manifestar su desacuerdo con las insinuaciones golpistas de su general y máximo jefe, quien quedó de una pieza y sin palabras ante el valeroso gesto de su joven subalterno.

Resultó notable la actitud del Mayor Díaz Valderrama, Director de la Escuela Militar de Cadetes y jefe de la misión militar chilena quien intervino activamente en los acontecimientos y siempre se manifestó públicamente en favor del respeto a la legalidad. A la postre su actitud y sus juiciosas opiniones sobre la obligación de la fuerza pública de atenerse a las normas constitucionales, lo hicieron sentirse con autoridad suficiente para entrometerse en asuntos más allá del llamado de sus deberes como asesor extranjero, por lo cual su comisión oficial fue cancelada y enviado de regreso a su país. A otro complotado al que le salieron las cuentas “chuecas” fue al General José Aníbal Mazabel, Director de la Policía Nacional, quien, quizá con la intención de ganar simpatías en la causa golpista, madrugó a las 6:30 a visitar en su habitación del Hotel Blume, en la calle 11 entre 6a y 7a, al General payanés Luis Enrique Bonilla, recién llegado a la capital, quien acababa de ser nombrado “In péctore”, como ministro de Guerra, para confiarle, “muy confidencialmente”, las intenciones y los planes de “amarrar” ese mismo día al nuevo mandatario y evitar su posesión como Presidente de la República. Por su parte el General Bonilla, vencedor en la Batalla de Calibío y conocido por su recia personalidad, le confió, también “muy aquí entre nos…” su nombramiento como Ministro de Guerra, revelación que dejó “con los brazos caídos y la pasta floja” a Mazabel quien obviamente desconocía la noticia. No satisfecho con el chasco sufrido con el ministro Bonilla, el afligido Mazabel buscó al maestro Guillermo Valencia, alojado en el mismo Hotel Blume, a quien encontró a las 10 de la mañana y a quien también le confió, “al oído”, su versión sobre los planes golpistas, anécdota que el poeta Valencia relató años más tarde en artículo publicado en el periódico El Siglo del 9 de agosto de 1941. Lo cierto es que ese día un grupo de policías se reunió en el café “La Bomba” con una cuadrilla de peones de obras públicas que estaban preparados para participar en la ejecución del plan de “amarre” de González Valencia, según revelaron las pesquisas de Lubin Bonilla, Jefe de la oficina de Instrucción de la Policía Nacional, a cuyo cargo estuvo la investigación de la frustrada conspiración.

Al final, el General Ramón González Valencia logró posesionarse ese 4 de agosto de acuerdo a lo dispuesto por el Congreso Nacional. Por su parte, el General José Aníbal Mazabel, mensajero espontáneo, de personalidad un tanto resbalosa, que pretendió ponerle a cada santo una vela, desapareció para siempre del escenario, cediendo su presencia en la historia a un presunto tercer mandato en la Dirección de la Policía Nacional del comisario francés Juan María Marcelino Gilibert y a Heriberto Álvarez quien figura como Director de la institución policial desde el 7 de agosto de 1909, luego de la “metida de pata” de Mazabel, hasta el 4 de diciembre de 1910. Hasta el General Martín Antía, oficial de comportamiento al menos aceitoso, logró sobreaguar, salvarse de la degollina y recibir más tarde la confianza del gobierno que premió su cuestionable lealtad durante la intentona golpista de agosto de 1909, confiándole la Dirección de la Policía Nacional entre 1910 a 1911.

En conclusión, ignoro la suerte final corrida por otros conspiradores principales, como los Generales Edmundo Cervantes, saliente Ministro de Guerra, Enrique Arboleda Cortés, Jefe del Estado Mayor General y Nicolás Perdomo, Comandante del Ejército, así como la del presidente saliente General Jorge Holguín, de quien resulta difícil creer que estuviera al margen del complot. Igualmente desconozco las razones de fondo que enterraron para siempre el recuerdo de las andanzas del General José Anibal Mazabel como Director de la Policía e indujeron a su extrañamiento de las páginas de la historia de la Policía Nacional, aunque intuyo que su actitud dubitativa y lambericas de conspirador arrepentido que quiso quedar bien parado con tirios y troyanos pudo pesar toneladas en su contra, definir para siempre su papel de “chivo expiatorio” y finalmente lanzar su memoria a las tinieblas exteriores y rumbo a un definitivo, oscuro y permanente  ostracismo.

Por cierto, aunque por motivos bien diferentes, Mazabel corrió la misma suerte del General Juan José Nieto Gil, Presidente de Colombia del 25 de enero al 18 de Julio de 1861, quien gobernó desde Cartagena durante el vacío de poder entre los gobiernos del conservador Mariano Ospina Rodríguez y el segundo periodo del General liberal Tomás Cipriano de Mosquera. El General Nieto Gil, hijo de Tomás Nicolás Nieto y Benedicta Gil nació el 24 de junio de 1805 en Cibarco (Atlántico) y murió en Cartagena el 18 de Julio de 1866. Su nombre no figura en la relación oficial de presidentes de la República de Colombia.

Se presume que su figuración en la historia ha sido deliberadamente ignorada “…por negro y por costeño”, según manifestó, poco antes de morir, el investigador Orlando Fals Borda, padre de la Sociología colombiana, quien adelantó infructuosas gestiones orientadas a la recuperación de la memoria histórica y la reparación de la persistente injusticia con el prócer costeño, cuyo mandato de cinco meses no lo excluye del derecho a figurar como presidente, teniendo en cuenta los casos semejantes de Víctor Mosquera Chaux y Carlos Lemons Simons, quienes sí figuran en la galería de presidentes a pesar de que desempeñaron el cargo por unos pocos días durante las presidencias de Julio Cesar Turbay Ayala y Ernesto Samper, respectivamente.

Finalmente, en abril de 1930 la Asamblea Departamental de Norte de Santander decidió rendir un homenaje póstumo al general Ramón González Valencia y dispuso cambiar el antiguo nombre del municipio de Concordia por el de Ragonvalia, en memoria del ilustre General y mandatario norte santandereano.

(Nota. si deseas conocer mas sobre la guerra de los mil días te invito a ver el siguiente video. https://www.youtube.com/watch?v=k1aV0g3KJHI)  

Fuentes consultadas:

https://www.eje21.com.co/2018/01/un-director-de-la-policia-nacional-borrado-de-la-historia/