Páginas

martes, 9 de enero de 2024

EL SUPERIOR

 


EL SUPERIOR 

El hecho de que a un individuo se le haya investido con las insignias del superior, indica que este es merecedor a tal distinción, o jerarquía por sus méritos y preparación, y que, por lo mismo, está obligado a perfeccionarse cada día más moral y profesionalmente para poder cumplir a cabalidad con su delicada misión y ayudar con todos sus actos a elevar el prestigio de la institución a que pertenece.

El superior no debe creer que con dar órdenes su misión está cumplida, porque antes de aprender a darlas ha debido aprender a acatarlas y a dar ejemplo para que a su vez pueda ser obedecido, respetado e imitado por sus subalternos y compañeros.

El hecho de ser superior indica que tiene que dar órdenes y para darlas, debe asumir cabalmente las responsabilidades que le puedan acarrear las de terminaciones erróneas que tome: por esto mismo, tiene que poseer un ilimitado sentido de la responsabilidad, para afrontarlas íntegramente con franqueza y hombría y sin llegar siquiera a pensar en evitarlas o atribuírselas a sus subalternos.

El superior tiene la imperiosa obligación de hacerse obedecer, para ello, no tiene necesidad de apelar al uso de los términos soeces y déspotas contra sus subalternos, porque quien en esta forma procede, puede estar seguro que estos lo mirarán con odio y le obedecerán por temor, mas no por respeto y frente a una situación difícil que requiera de la rápida intervención de sus subordinados, seguramente se encontrará rodeado de seres que esperarán la culminación de sus fracasos como única venganza por el mal trato recibido.

En cambio, el superior que cumple con su deber, mediante el trato caballeroso, sus procedimientos enteramente justos, su buen ejemplo y con su intachable autoridad moral se ha ganado la simpatía, respeto y admiración de sus hombres, puede estar absolutamente seguro, de que en cualquier momento cuenta con abnegados servidores, listos a exponer hasta su vida en su defensa, porque los ha sabido tratar, guiar, educar y ayudar cuando ellos también lo han necesitado.

El superior tiene que obrar con toda la energía y firmeza que cada caso requiere, pero no debe emplear en ningún momento, repito, términos groseros o humillantes contra quienes tienen que obedecerle, porque ellos también son seres humanos.

Muchas de las más graves faltas contra la disciplina policial e incluso la materialización de conductas y/o actitudes establecidas en nuestro código penal militar por parte de los subalternos, tienen su origen precisamente en los procedimientos egocentrista y desmedidos de algunos superiores que no tratan a sus subordinados como ellos lo merecen y como el mismo superior quiere y exige ser tratado.

Para poder obrar con absoluta justicia respecto a sus subalternos, es aconsejable conocer a cada uno de sus subordinados para poder apreciar su modo de ser y de obrar y así poderles dar el trato que cada uno requiere, y saber hasta dónde les puede exigir rendimiento en el servicio: tampoco debe olvidar que entre el superior y el subalterno debe existir un mutuo afecto moral, para que unidos puedan sobresalir en todos los actos de la vida profesional; tiene que compartir espacios y tiempo con sus subordinados, para poder apreciar sus necesidades y poder ser el amigo que los orienta, aconseja y ayuda en todo momento, para que puedan ser ciudadanos útiles a la patria, a la sociedad y a la familia.

Puesto que este tema es tan extenso, quiero sintetizarlo atreviéndome a formular brevemente las posibles faltas que un superior debe omitir en todo momento, en el diario ejercicio del mando:

No puede ser buen superior quien no cumple con su deber, ya que sus subalternos sabrán que su comandante tiene que estar llamándole la atención o sancionándolo para obligarlo a trabajar.

Ninguna autoridad moral puede tener un superior para llamar la atención o sancionar a un subalterno que no cumple con su deber, cuando el superior está precisamente cometiendo una falta.

¿En qué condiciones morales y profesionales quedaría un superior que se sirviera de alguno de sus subalternos para que le ayudara a ocultar una falta?

¿Estaría en condiciones de cumplir enteramente con su deber el superior que contrajera deudas o recibiera favores interesados de sus subalternos?

¿Qué se podrá esperar, de un superior que tiene que ocultar las faltas de sus hombres para que éstos a su vez le oculten las suyas?

Jamás podrá un superior exigir respeto de sus subalternos, cuando él acaba de irrespetarlos u ofenderlos.

Son muchas las preguntas que por este estilo se pueden formular y que solamente pueden ser contestadas por quienes incurran en dichos comportamientos.

Al escribir estas líneas, no me anima sino el deseo de colaborar con mis superiores y compañeros que están investidos de mando a corregir las deficiencias que desprestigian nuestra Policía Nacional de Colombia, pues todos debemos ayudar a que ella sea colocada en el puesto que le corresponde; y como mejor podemos contribuir en este sentido es preocupándonos porque se eliminen todas aquellas costumbres o prácticas que pongan en duda la autoridad moral y profesional del superior.

viernes, 5 de enero de 2024

Espíritu Institucional, voluntad y eficiencia

 

Espíritu Institucional, voluntad y eficiencia.

¿Podría decirse que todos, absolutamente todos los integrantes de la Policía Nacional de Colombia poseen en el grado necesario lo que podríamos llamar espíritu institucional? Muy seguramente que el análisis de la realidad nos llevaría a la conclusión de que si la mayoría    -hecho a todas luces innegable- lo posee, hay sin embargo un número reducido de ellos que lo desconoce, o mejor dicho, no ha querido desarrollarlo en la forma que los intereses del entidad y el bien de la institución, lo reclaman.

Y ¿Cuál es, o en qué consiste ese espíritu institucional? El espíritu institucional es, o puede ser, un sentimiento vocacional, un afecto profesional y un deseo de mejoramiento y superación colectivo.

Es un sentimiento vocacional puesto que sin él, nadie podrá servir con gusto, con cariño, con ánimo y con entusiasmo a los intereses de la institución policial.

Es un afecto profesional, ya que el desempeñar a cabalidad las funciones propias de la Policía, requiere inclinación especial, disposición de ánimo y, hasta podría decirse, apasionamiento fervoroso por todo lo que tenga relación con el cumplimento del deber. 

Y es, por último, un deseo de mejoramiento y superación colectivo, pues sin ese deseo no hay progreso posible y toda labor, así fuese la más insignificante, quedaría estacionada y la Policía Nacional no pasaría de ser un simple organismo pasivo que funcionaría mecánica y rutinariamente.

Hoy, notamos con frecuencia, especialmente en aquellos hombres y mujeres policías que aún no han adquirido la experiencia suficiente del trasegar por la vida institucional (Obviamente sin llegar a generalizar), cierta falta de entusiasmo y de ánimo para el desempeño de sus funciones, limitándose a ejecutarlas y cumplirlas dentro de una indolente rutina. Y son esos mismos funcionarios, que individualmente poseen grandes condiciones morales, no desarrolladas, los dados a emitir conceptos de inconformidad y descontento y los que a todo momento sólo se preocupan de encontrar en las cosas sus fallas y defectos. 

Este proceder, que por otra parte obedece al hecho de que ellos no han comprendido suficientemente las dificultades y tropiezos que hay que estar venciendo para el perfeccionamiento de un vasto organismo cómo lo es la Policía Nacional, lejos de provocar la solución que ellos desearían, y que en fin de cuentas nada de raro tuviese que fuera la acertada, complica su conquista y retarda su ejecución puesto que para el logro de anhelos semejantes, antes que la inconformidad y el descontento, se requiere una integridad de ánimo y una compacta y decidida cooperación de todos los miembros de la Institución.

¡Cuántos de ellos quisieran -como todos lo anhelamos – ver en la Policía Nacional una institución sin tacha alguna! Pero, ¡cuántos también, no quieren comprender todo lo que se ha logrado, el innegable adelanto estructural, funcional y tecnológico alcanzado por la Institución y el constante esfuerzo de sus dirigentes por hacer de ella un organismo cada vez más y más optimo! Bastaría ojear retrospectivamente en los anales históricos lo que era en otrora la Policía Nacional y compararla con lo que hoy es ella, para sentir en el ánimo la más grata sensación de optimismo. Esa transformación benéfica, que en Instituciones similares requirió muchísimo más tiempo y se adelantó con mayor lentitud, debe ser para ellos el mejor ejemplo y el más grande estímulo. 

Y deben comprender -porque así ha sido- que para llegar hasta el estado actual, ha sido contingente valioso y fecundo, la voluntad siempre resuelta, la abnegación constante y la consagración permanente de grandes servidores policiales, muchos de ellos anónimos, que nunca exigieron para sí mayor recompensa que la satisfacción del deber cumplido y el realizado anhelo de ver realzada su Institución a la que sirvieron con dilección y afecto. Cuántos también, lejos hoy de sus filas, mirarán asombrados la senda de progreso por ella recorrida y sentirán en sus espíritus la pesadumbre de su desconfianza, porque ellos en la etapa inicial, fueron también inconformes!

Otros, muy distintos por cierto, son los procederes y los sentimientos que deben animar a quienes aspiran que la Institución llegue en corto término a la meta ambicionada. Una voluntad encaminada hacia la conquista de la eficiencia es el mejor aporte para esta labor. El día en que todos, ya sin excepción alguna, hayan conquistado este atributo, se verá cuán fácil es colaborar efectivamente a ese anhelo inmenso que todos abrigamos.

Lo importante es construir, no destruir. Esto último es lo que se logra cuando se actúa bajo la influencia de sentimientos negativos como son el desaliento y el abandono de nosotros mismos. La murmuración y la crítica sin fundamento, destruyen. La voluntad y la eficiencia, edifican. Aplicarse a tener una mayor eficiencia es contribuir inapreciablemente al progreso de la Institución. No deben verse de ella sus defectos; véanse sus cualidades y el progreso a que ha llegado, que aumentándolo se opacarán aquellos definitivamente.

El individuo que sirve a su profesión con fe, con entusiasmo y con cariño, no siente ni la fatiga ni el cansancio. Trabaja con agrado si dedica plenamente a sus actividades lo mejor que de sí puede dar. Desarrollando el espíritu de compañerismo, de cooperación, de iniciativa y de trabajo, creará a su alrededor una atmosfera de satisfacción, de tranquilidad y de alegría, y se verá rodeado del aprecio de sus compañeros y superiores.

El esfuerzo individual, la firme voluntad de mejorar cada día, llevan a la superación colectiva y es el tributo más hermoso y valioso para el bien de la Institución. Propongámonos desarrollar en nosotros el espíritu institucional, no amemos a nuestra Policía contemplativamente, cooperemos siquiera con un grano de arena a esa gran obra de constante transformación y llevemos a nuestro ánimo la convicción de que sólo haciendo la respetable y prestigiosa, habremos realizado algo en beneficio propio.

La más grande satisfacción de una obra hecha, es verla realizada.